Acemoglu y Robinson son rockstars desde la década pasada, cuando por ahí del 2012 publicaron su libro “Why Nations Fail”. Francamente, el libro fue, hace una década que lo leí, una gran decepción. En él, dan por hecho que Nogales, Sonora, y Nogales, Arizona, son el mismo pueblo dividido por la frontera mexico-americana después de que perdimos la mitad del territorio en el siglo XIX. Los de Estados Unidos son más prósperos que los de Sonora porque hay mejores instituciones de aquel lado. Hacen el mismo argumento respecto a Corea del Norte y del Sur, como un “cuasiexperimento” natural.
En el libro, Acemoglu y Robinson no explican, entonces, por qué Mexicali es más próspero que su ciudad vecina del lado americano, Calexico. O por qué, aunque San Diego es bonito y Tijuana fea, Tijuana es una ciudad con un dinamismo manufacturero envidiable y San Diego es una ciudad de servicios, ancianos y gobierno. No explican tampoco cómo es que Nueva España y México tuvieron políticas e instituciones muy buenas, como la abolición de la esclavitud, relativamente temprano, y los Estados Unidos eran una sociedad segregada todavía hace 55 años. Francamente, me parecía como que el libro era una reedición de la leyenda negra antihispánica difundida por anglos y holandeses en los siglos XVI y XVII, de la cual (inadvertidamente), también son víctimas los gobernantes actuales de México.
Pero, al trío de Acemoglu, Johnson y Robinson, no les dieron el Nobel nada más por el best seller de dos de ellos, “Why Nations Fail”. Recibieron el Nobel por décadas de trabajo, en donde pusieron algunos puntos controvertidos en el espacio público: número uno, que es importante tener instituciones públicas de calidad. En los Estados Unidos, la calidad del gobierno ha mejorado mucho desde la Guerra Civil de la década de 1860. Parece lejano Ulysses S. Grant despojando a los indígenas americanos de sus tierras, la Suprema Corte diciéndole que no puede hacerlo, porque la Constitución lo prohíbe, y el presidente Grant preguntando airoso que cuántas tropas tenía la Suprema Corte para hacer valer su laudo. Proporciones guardadas, Noroña y su tómbola senatorial para elegir jueces, me recordaron a Ulysses S. Grant. Ustedes comprenderán el punto: tener instituciones públicas de calidad es importante para hacer valer el Estado de derecho.
Segundo: la democracia es importante para el desarrollo. Claro, hay quien dice que China y Singapur no son democráticos. Que la Alemania Nazi tampoco lo era. Yuval Noah Harari, en una entrevista con Sam Harris en el podcast Making Sense, dice: poder elegir nuevos funcionarios cada cuatro, seis u ocho años le permite a la sociedad corregir el rumbo de las políticas. Cuando los partidos, o intereses fijos, o ideologías rígidas, capturan el poder, hay menos posibilidades para hacer esa corrección. En este mundo de votantes distraídos, la democracia puede ser un tipo de nueva dictadura, perniciosa para el desarrollo.
En un libro de texto de 2008, “Introducción al Crecimiento Económico Moderno”, Robinson cita cuatro fuerzas del desarrollo: 1: La suerte; 2. La geografía; 3. La cultura; y 4. Las instituciones. La geografía, sí, porque estar cerca de Biden es mejor que estar cerca de Putin, pero quizá eso es suerte. En realidad es porque los humanos moldeamos el paisaje, y nuestro diseño urbano determina nuestros desenlaces económicos, si le hacemos caso a Krugman, a Schelling o a Florida.
La cultura: en América Latina pensamos en las empresas como españoles o franceses del siglo XVII. Monopolios protegidos, que no se venden, que dan poder político, y se pasan a la siguiente generación. La familia compite con la empresa como vehículo para construir riqueza. En la angloesfera y en el mundo holandés, la empresa es solamente un vehículo cuasidemocrático entre iguales, comandado por votos y acciones, diseñado de manera exclusiva para producir riqueza.
La cultura moldea las instituciones, y las instituciones tienen un impacto en la cultura. Por ahí veo la contribución de los laureados al Nobel. También, porque abren el desarrollo a la discusión con historiadores, antropólogos, sociólogos, planeadores urbanos, administradores públicos.
Francamente, yo le hubiera dado mejor el Nobel a Oled Galor, por su teoría unificada del crecimiento económico y conciliar las pinzas malthusianas con el crecimiento moderno. Pero yo no soy un economista sueco miembro de un comité, debido al azar, geografía, cultura e instituciones; claro está.
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