La tragedia del “tradwife” y el origen del ideal para convertir a las mujeres en modernas esclavas​

“Tradwife” o su traducción al español como “esposas tradicionales” es un movimiento que ha surgido desde las comunidades más conservadoras en redes sociales hasta el impacto real en niñas y adolescentes de todo el mundo. Desde publicaciones en redes sociales, la tendencia digital consiste en realizar videos perfectos con vidas idílicas en las que se enaltece el orden antiguo en los roles de género, ese en el que las mujeres cuidaban a su familia, cocinaban y permanecían en casa mientras que sus maridos las mantenían.

Como internauta que analiza perspectiva de género, podría decir que el primer intento para volver a sembrar la domesticación de las mujeres surgió mucho antes, cuando las teorías de meditación, espiritualidad y “mindfulness” llenaron las redes sociales con ideas sobre la “energía masculina” y la “energía femenina”, que en esencia, sostienen que la energía femenina está diseñada para “recibir”, tanto sexualmente por la biología de los órganos de las mujeres como social y económicamente, en el sentido de recibir insumos o dinero para transformarlos en alimentos, cuidado, belleza, y aquellos conceptos tradicionales de lo que debería ser una mujer mientras que la “energía masculina”, según estos creadores, debería encargarse de “dar”, primero por su falo que tiene la capacidad de penetrar y en función de ello, la capacidad de los hombres para proveer económicamente.

Aquellas teorías espirituales mezcladas con varios conceptos que sí existen en la psicología como heridas de la infancia, complejos de merecimiento, baja autoestima y nuevas violencias identificadas en lo emocional tuvieron como resultado a creadores de contenido que brindan guías para vivir mejor basándose no sólo en la ciencia sino en ideas que refuerzan estereotipos machistas. Toda esta tendencia se ha combinado de algunas como el ambientalismo y la autosuficiencia alimentaria que ahora, intenta devolver a las mujeres a la época del paleolítico, cuando las mujeres se dedicaban a la agricultura, recolección de frutos, semillas y granos, mientras los hombres salían a cazar. De ahí devinieron dos tendencias: la de “Mujeres de alto valor” que supuestamente son aquellas atravesadas por una alta estética, hermosas, operadas algunas, otras delgadísimas pero a final de cuentas bonitas que solo aceptan hombres proveedores que paguen sus cuentas completas y que no se atrevan a pedir un 50/50 en los gastos y su antónimo, “hombres de alto valor” o simpatizantes de un machista “influencer” del que hemos hablado ya.

El asunto es que el tren supremacista blanco de mujeres norteamericanas e inglesas es una tragedia para las niñas y adolescentes. Ni siquiera creo que sea maligno para las mujeres feministas que bastante han logrado en impulsar agendas de igualdad en países donde nacer mujer incrementa el riesgo de muerte. Hablo de las que se compran esa realidad como posible, peor aún, cuando se trata de jóvenes latinoamericanas.

Siendo realistas: a pesar de que trabajar y cuidar, como es la realidad actual para las mujeres, implica una doble carga de trabajo y en algunos casos, una sobreexplotación para las mujeres que desean ser madres -o que lo son-, la realidad es que nunca se encontrará felicidad viviendo bajo el yugo de un marido, menos bajo su manejo del dinero y mucho menos perdiendo o abandonando una carrera propia o un negocio autónomo.

Primero porque trabajar dignifica y alimenta los apetitos intelectuales y estéticos, o sea, que las mujeres que abandonan la posibilidad de construir una carrera propia no están eligiendo una vida cómoda sino que se colocan en un riesgo de violencia económica gigante.

Hannah Neeleman desde la cuenta “Ballerina Farmer” documenta su vida como mujer y madre, esposa de un multimillonario mormón heredero de la aerolínea JetBlue. Su sueño era ser bailarina de ballet y logró la clasificación a la mejor de las Academias, pero casi en medio de acoso, aceptó matrimonio después de rechazar todo tipo de ofertas de noviazgo. Hoy es una modelo a seguir para quienes aspiran a este estilo de vida sin notar que sus videos son todo menos espontáneos: madre de 8 en una granja orgánica, lejos del mundo, con un solo día libre en el que una cuidadora le ayuda con los menores porque su marido desea una cita romántica a la semana. No ha podido decidir siquiera sobre utilizar anestesia epidural en sus partos pues en la estricta creencia de su pareja, ningún fármaco o anticonceptivo es bueno.

Controlada y abnegada, hoy representa una campaña mucho más perversa que la de “Roro”, Rocío López, Tiktoker que se ha hecho famosa por cocinar y atender los sueños de su novio, Pablo.

El hecho es que los hombres en América Latina y específicamente, en México, no son ni Pablo ni un heredero multimillonario. El camino a la sumisión tiene perversos incentivos: a pesar de que las mujeres se han incorporado a la industria laboral, los hombres no se han incorporado a la industria de los cuidados. Sin embargo, eso no significa que renunciar al dinero y elegir los cuidados garantizará que la vida sea color de rosa como pinta TikTok e Instagram. Al contrario.

El gigantesco riesgo de que las más jóvenes idealicen esta vida irreal es que caigan en manos de sujetos extranjeros que las exploten en lo doméstico, trata de personas o en el más común de los casos, que después de dedicar décadas de servicios de cuidado en el hogar, sean violentadas o echadas de sus espacios sin una alternativa de autonomía para tener libertad.

Detrás del movimiento de “esposas tradicionales” existen grupos religiosos que buscan contrarrestar la liberación de las mujeres y las bajas tasas de natalidad a la que encamina la autonomía. Algo así como el retorno talibán para las mujeres afganas, pero conseguido bajo la manipulación de la voluntad en occidente.

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