Hablemos de temas globales, de conflictos internacionales, no somos una isla en el planeta, no aceptamos que la relación bilateral con EUA agote los límites de México ni del planeta Tierra.
La narrativa de guerra dentro de una conflagración militar, es decir, la guerra de la comunicación, es siempre una narrativa que pretende deshumanizar al enemigo para justificar su exterminio. Se trata de mantener un control de los relatos de la guerra para mantener el apoyo social y político interno, y manejar las empatías externas a una determinada causa, excusando así las acciones cruentas y sangrientas que la guerra provoca. Aunque llevadas a ciertos extremos, pueden ser consideradas, conforme a la violación de las leyes y normas que rigen internacionalmente la guerra, “crímenes de guerra”, en su caso, por expertos de la Organización de Naciones Unidas.
De tal manera, que en las confrontaciones militares existen narrativas de guerra y también guerra de narrativas. Son temas centrales de la comunicación política regularmente dirigidas y conducidas por expertos comunicólogos en esta materia. A dicho espacio de lo social llegan las guerras de la comunicación como parte central de lo político militar del conflicto. En realidad, se produce en el territorio de las luchas político-sociales e institucionales de cualquier naturaleza, pero en las conflagraciones bélicas adquieren características especiales por el carácter letal de las acciones realizadas. Se trata de exterminar enemigos, no de combatirlos pacíficamente, de desaparecerlos, no de contender con ellos en una lucha legal. Son guerras de información-desinformación, narrativa-contra narrativa.
El eje del discurso ideológico-político, y por tanto, de la narrativa contendiente de origen ruso sobre el conflicto, podemos desglosarlo en cuatro componentes:
El gobierno que derroca al presidente de Ucrania aliado de Rusia Víctor Yanukóvich, mediante la llamada revolución del Euromaidán (noviembre, 2013), fue un golpe y se trató de un gobierno impulsado por las potencias occidentales que pretenden hacer de Ucrania un espacio hostil a Rusia mediante la concentración de armamento ofensivo, aprovechando la posición estratégica del territorio, además de apoderarse de las riquezas naturales mediante su integración económica a la Unión Europea, que requiere muchos energéticos convencionales, como el petróleo y el gas.En consecuencia, OTAN-occidente, acusa el gobierno ruso, y ha despreciado los reclamos de Rusia sobre su legítima seguridad nacional en la región este de sus fronteras, en particular, dado que, a la integración de Ucrania a la Unión Económica Europea, seguiría su integración a la OTAN, lo cual amenaza directamente la seguridad de Rusia. Ésta última llegó a proponer que Ucrania se integre a la UE pero renuncie a su integración a la OTAN, garantizado mediante un tratado internacional.El gobierno de Ucrania ha masacrado a los nacionales rusos asentados en la zona del Donetsk, Lugansk (al noreste, juntas forman el Donbás) y Jersón y Zaporiyia (al sur, aún en disputa, pero controladas por el ejército ruso) ubicadas en la península de la región de Crimea, la cual Rusia anexó en 2014. Incluso, el gobierno de Putin exhibe múltiples fotos en donde dentro del ejército y la sociedad política ucraniana se observan símbolos nazis, que remiten a un gobierno con elementos ideológicos ya condenados por la historia;Rusia reivindica los derechos nacionales de las comunidades rusófonas mayoritarias de las regiones antes mencionadas, para pertenecer en sus territorios a la Federación rusa, toda vez que hasta 2022, fueron objeto de un proceso de genocidio étnico, dando un paso ahora para conformarse como repúblicas independientes, parte de la Federación.
A partir de este cuerpo ideológico y cultural, la invasión a Ucrania se ha justificado por la Federación de Rusia, su presidente y sus aliados, se ha construido así un “discurso del enemigo a vencer”, en donde los “enemigos simbólicos” son parte central del relato político que pretende nuclear a los sectores sociales a los cuales el gobierno ruso interpela para lograr su apoyo en esta guerra. La mera enunciación del o los “enemigo” (s), en el discurso político, define negativamente por oposición, una identidad colectiva política: EUA-OTAN-Zelensky, en orden de importancia.
Esta identidad política agrupada como cuerpo y fuerza colectiva, constituye las alteridades para el gobierno de Putin, los antagonismos constitutivos vivos, asumiendo como sostienen especialistas en la materia (Simmel, 2010) que el conflicto intergrupal, en este caso, internacional, es una forma de socialización: una identidad es tal en tanto se confronta con otra, y en la medida en que desarrolla su identidad en conflicto, reafirma y hace crecer la misma.
Por ello, de nuestro autor citado derivamos que la esencia identitaria de los movimientos o conflictos sociales y/o políticos-militares se reafirma mediante el conflicto, y ambos, identidad y conflicto, se manifiestan a través del discurso político concentrado. En todos los casos estamos ante un constructo social. Por ello, es el discurso en donde toma forma la identidad y el enemigo como una entidad colectiva incompatible, contraria a la identidad propia. La existencia del enemigo es condición de la política como conflicto de intereses e identidades. Por ello, en determinados momentos, esta “necesidad ontológica del enemigo” obliga o demanda su reposición permanente, por lo menos mientras el conflicto termina en una cierta etapa del mismo.
La conflictiva ideológica, política y cultural, geopolítica y geoestratégica entre Rusia y sus aliados con EUA-OTAN-occidente, trascenderá los términos de la guerra actual, cualquiera que sea la conclusión de la misma, porque se trata de un conflicto abierto, que se reproduce y reposiciona de manera constante, a pesar de que haya momentos de entendimiento relativamente forzado, pero ambos reafirman su personalidad identitaria colectiva mediante el conflicto, la confrontación con el otro. Occidente llegó a pensar que Rusia como “enemigo declarado” había casi desaparecido, trató de cercarlo y apabullarlo, por ello Putin acusa a Occidente de querer destruir a Rusia, y amenaza con defenderse incluso con su armamento nuclear. No sólo es ya el argumento toral de que los dirigentes de la OTAN engañaron al último presidente de la URSS, Mijaíl Gorbachov, al prometer y mentir, que la reunificación alemana no impactaría la seguridad de las fronteras nacionales, sino que tras la desaparición de la URSS, en el tiempo del desarrollo de la Federación rusa se produjo una expansión de las estructuras militares de la alianza atlántica hacia tales fronteras, con el agravante de que hoy los dirigentes actuales de la OTAN pensaban escalar el cerco militar con el proyecto de integrar a Ucrania a la alianza militar atlántica, y todo el desarrollo de medidas occidentales en su contra, por lo que perciben así amenazada su más profunda identidad milenaria, al igual que los pueblos rusófonos dentro de Ucrania.
Así, el conflicto de identidades colectivas frente al enemigo simbólico se repostuló con mayor fuerza en el discurso y en la realidad del conflicto mismo en su máxima expresión, la confrontación militar a través de Ucrania. Occidente se equivocó radicalmente y hoy la reafirmación de identidades colectivas prima en el discurso y en la acción política y militar.
En el caso de la narrativa de EUA-OTAN-occidente, podemos acercarnos a sus contenidos simbólicos desde la interpretación de la realidad rusa, con las sustentaciones de una especialista occidental como Marléne Laurell, que establece que la postura ideológica de Putin hoy frente al mundo y que lo lleva a la guerra en Ucrania, posee, tres “capas”, o “momentos de continuidad, aceleración y ruptura”: la continuidad es con las “herencias soviéticas” y las “transformaciones de los años 90″, lo cual ha sido “reorganizado ideológicamente con coherencia”, “capas” que la autora identifica con periodos de tiempo, y sostiene que la primera predominó durante los años 2000-2008, que llama del “primer putinismo”. el periodo de 2012 al 2022 (suponemos se refiere al momento cuando gana la presidencia con una mayoría absoluta de votantes, luego se reelige, y concentra el poder de manera importante, hasta antes del inicio de la guerra, en febrero de 2022) al cual llama “putinismo tardío”, que sería un “momento de aceleración” de sus características, durante el cual, el discurso ideológico de Putin, genera elementos centrales que repetirá durante la guerra con Ucrania, como: la unidad pervertida por Occidente entre rusos y ucranianos, la sacralización de la Gran Guerra Patria (la derrota de los ejércitos de Hitler), que se ha acentuado durante estos años, la visión de Occidente como fascista y la denuncia de los liberales rusos impulsados por las potencias occidentales como traidores a Rusia, y las enmiendas a la Constitución que formalizan “una especie de ideología en el texto supremo, (que) datan de 2020″.
Este periodo de 2022 en adelante, llamado “putinismo de guerra” entendido como “momento de ruptura”, ideológicamente postula que Rusia sólo tenía una opción hacia el futuro, la invasión de Ucrania, mediante el cual, “endureció su control ideológico interno y vio en Ucrania el punto de cristalización de todo su descontento con Occidente”, que existía “mucho antes del punto de inflexión de 2022. La guerra era probablemente una de las varias opciones consideradas, pero no necesariamente la que se veía como la más plausible”. Y agrega la autora: “Todas nuestras decisiones se toman en función de la lectura del mundo: son situacionales, se adaptan a contextos cambiantes, y podemos reconstruir a posteriori lógicas o argumentos que no eran explícitos en el momento de los hechos”. (Grand Continent, Laurell, febrero, 2024).
Resumimos 4 aspectos de esta construcción analítica: a) la Rusia de hoy y el Putin actual es producto de la herencia soviética y su reconstrucción posterior, pero sobre todo, del periodo posterior de concentración del poder, que coincide con la evocación y sacralización de las etapas épicas de la herencia soviética; b) durante este periodo Putin refuerza el control interno y discurre sobre las anteriores relaciones de Rusia y Ucrania, y condena a occidente; c) este rechazo a Occidente es sobre todo lo que él mismo representa y sobre la influencia perversa tenida en Rusia anteriormente; d) todo ello pasa a ser materializado en su acción militar en Ucrania que presenta como “alternativa única” y la gestión del Estado ruso de todo el conflicto en desarrollo, dentro de una perspectiva de restaurar a la gran potencia.
Continuamos en la próxima entrega.
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