Una de las sensaciones laborales más gratificantes que una persona suele experimentar es cuando se le anuncia que tendrá una promoción. Evidentemente, todo ascenso es motivo de orgullo y felicidad, pero llegar a lo más alto de la cúspide corporativa suele ser una sensación especial.
La mayoría de las personas en una carrera corporativa desean llegar al llamado C-Suite (equipo ejecutivo), es decir, a las posiciones que reportan al CEO o director general. Es la culminación de una trayectoria académica y laboral aunque nunca está exenta de frustraciones, problemas y decepciones.
El llegar a estos puestos tampoco suele ser un camino azaroso (excepto, claro está, en las empresas familiares). Requiere preparación, dedicación y mucho, mucho, pero realmente mucho esfuerzo. Lo primero que una persona suele hacer cuando recibe una promoción de este tipo es compartirla con su familia y celebrarlo. Una justa recompensa a años de trabajo.
Pero llegado el día uno en el nuevo puesto, digamos el de CEO, empiezan los verdaderos retos. Puede ser que la persona que ocupará esta posición provenga de las filas de la compañía, o que haya sido reclutado de afuera.
Sin importar si fue o no candidato interno, lo primero es ser consciente de que hubo personas que se quedaron en el camino, esto es, que no fueron seleccionadas y que, por lo tanto, son los grandes perdedores, lo que puede llevar a un sentimiento de inferioridad.
Eso no es todo, también está el antecesor. ¿El cambio de CEO fue por jubilación del anterior, por malos resultados, por una transición de dueño a externo? Este segundo flanco no es menor. Aparte de lidiar con los candidatos perdedores, el nuevo CEO también enfrentará comparaciones tanto de sus subordinados (permítanme usar esta expresión para mayor claridad) como de la junta directiva que lo sentó en esa silla. ¿Lo está haciendo mejor que el anterior? ¿Está a la altura de las expectativas?
Por eso una regla de oro es que al llegar, lo primero que se debe hacer en el nuevo puesto es tentarle el agua a los camotes, o dicho en lenguaje formal y de negocios, ser precavido antes de empezar a tomar decisiones. De ahí la famosa regla de los cien días (adoptada del ámbito político). Este período de gracia (o tregua) es crucial para establecer el tono de liderazgo, comprender la organización y definir una dirección estratégica clara.
En este período es donde el nuevo CEO se empieza a sumergir en la cultura corporativa si es externo, a establecer relaciones clave y llevar a cabo una evaluación rápida de los desafíos y oportunidades. Pero, ¿qué pasa cuando el nuevo CEO enfrenta fuego amigo?
Esto es precisamente lo que hoy en día está viviendo el CEO de Starbucks, Laxman Narasimhan, quien comenzó en su nuevo rol hace poco menos de año y medio. Narasimhan, ingeniero mecánico de 57 años y exdirectivo de PepsiCo, se incorporó a la compañía de bebidas de café en octubre de 2022 como director ejecutivo interino. El 1 de abril de 2023, fue nombrado CEO en sustitución de Howard Schultz.
Pero el corto camino de Narasimhan en Starbucks no ha estado libre de turbulencias. La cadena de café más grande del mundo ha sufrido una segunda caída trimestral consecutiva en sus ventas, lo que ha ocasionado que Schultz, su carismático antecesor, declarara públicamente que, aunque él no es un mesías, “la empresa no ha actuado como creo que debería haberlo hecho”, ya que él aún conocía el funcionamiento interno de Starbucks “mejor que nadie”.
Y no es el único problema que Laxman Narasimhan está enfrentando. Elliott Investment Management, un inversor activista con sede en Estados Unidos y una importante participación en Starbucks, ha estado buscando con insistencia cambios en la compañía.
Un inversor activista es un inversor, como fondos de cobertura o fondos de capital privado, que adquiere una cantidad significativa de acciones en una empresa con el objetivo de promover cambios de estrategia, negocio y liderazgo.
La respuesta que hasta el momento ha dado Narasimhan con respecto a Elliott es que “nuestras conversaciones hasta la fecha han sido constructivas”.
La felicidad y emoción que en su momento pudo haber sentido Laxman Narasimhan al ser nombrado mandamás de Starbucks, hoy se han convertido, con las críticas de su exjefe Schultz, sumadas a las del inversor activista Elliott, en una pesadilla.
Nunca es fácil llegar, ni mucho menos mantenerse, a lo más alto de la pirámide organizacional.
Epílogo.— Resulta curioso, por llamarlo de alguna manera, el papel que aún tiene Howard Schultz en la empresa. Se desempeñó como CEO en tres ocasiones (1986 a 2000, luego de 2008 a 2017, y recientemente de 2022 a 2023) y hoy, aparte de ser el mayor accionista individual de esta compañía, ostenta el cargo de presidente emérito por el resto de su vida.
Otros beneficios de por vida incluyen una credencial para acceder a la sede de la empresa y una plaza de estacionamiento, además de otros beneficios económicos como el uso del avión de la compañía. Su influencia continua es considerada como una gobernanza corporativa débil y sus repetidos retornos al timón como una prueba de una mala planificación de la sucesión y una clara señal de su continua influencia sobre la junta directiva.
El autor es Doctor en Filosofía, fundador de Human Leader, Socio-Director de Think Talent, y Profesor de Cátedra del ITESM.
Contacto: rogelio.segovia@thinktalent.mx
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