En un mundo donde la geopolítica se mueve como un tablero de ajedrez en llamas, Donald Trump decidió lanzar otra chispa. Durante un encuentro con medios, el expresidente —y aspirante nuevamente al poder— aseguró que “no está nada contento con México” y que incluso se sentiría “orgulloso de atacar narcolanchas mexicanas” como parte de su cruzada contra el narcotráfico.
El mensaje cayó como un trueno en una relación bilateral que ya lidia con tensiones históricas. Trump, fiel a su estilo directo y explosivo, insinuó que podría tomar acciones sin avisar a México, ante la pregunta de si atacaría embarcaciones sin coordinación diplomática: “No voy a contestar esa pregunta”, dijo, dejando un silencio que pesa más que cualquier confirmación.
El expresidente justificó su postura asegurando que las drogas —especialmente el fentanilo— siguen “matando a cientos de miles de estadounidenses”, y responsabilizó directamente a las redes criminales que operan desde territorio mexicano.
Mientras tanto, en el Caribe ya se mueve un músculo militar considerable: el portaaviones Gerald Ford, 15 mil soldados y la operación “Lanza del Sur”, un despliegue que ya ha interceptado embarcaciones acusadas de narcotráfico. Un escenario que pinta más a preludio de tensión diplomática que a simple estrategia antidrogas.
Analistas señalan que este discurso podría endurecer la cooperación bilateral, elevar el tono político en México y encender nuevas polémicas rumbo al futuro inmediato, especialmente si Washington decide jugar con fuego y cruzar líneas sensibles de soberanía.
Por ahora, las palabras ya están sobre la mesa. Y en la arena internacional, las palabras —cuando vienen cargadas de pólvora— suelen ser la antesala de decisiones más grandes. En este tablero, México y Estados Unidos vuelven a mirarse de frente, entre diplomacia, presión y un mar abierto donde cualquier movimiento puede cambiar el rumbo.
