Si el perfil de Key determinara su destino, estaría trabajando ahora en un laboratorio de innovación tecnológica. Sin embargo, este joven de 25 años, con gafas, meticuloso y experto en informática, entrega su vida en el taller de una selva camuflado con bambú desde donde construye aviones no tripulados. “Hacemos mucho daño a la Junta”, explica a EL PAÍS desde el territorio rebelde del sur de Myanmar. “Lo que más temen sus tropas son nuestros drones”, añade.
