En el quinto salto, en la arena ya empapada, Ana Peleteiro, nada más caer se llevó las manos a la cara, casi sollozando. La impotencia. Ana Peleteiro dejó de ser ella, la atleta que nunca falla, que siempre llega un punto más lejos, que bate sus récords en los grandes escenarios. A la que todos temen. En París, bajo la lluvia que frenó su remontada, Ana Peleteiro nadie la temía, en todo caso despertaba sentimientos de amor, deseos de abrazarla y confortarla, tanto había trabajado para estar ahí.
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