Maduro se va​

Sí hay escenarios donde el presidente ‘reelecto’ de Venezuela, Nicolás Maduro, pueda mantenerse en el poder meses, posiblemente un año más. Pero es difícil imaginarse, alguna eventualidad, que permitiese cumplir su mandato que debería terminar en el 2031.

La pregunta no solo es cuándo, sino cómo sería su salida. ¿Esposado? ¿Salir con los pies por delante? ¿O escoltado a un Learjet, donde huiría a un país ‘amigo’ que garantizaría inmunidad, impunidad y la integridad física de Maduro, su familia y tal vez algunos personajes (cómplices) de su círculo cercano?

Pero la pregunta más dolorosa es ¿cuántos muertos habrá antes de que, por fin, se lleve a cabo la transición, considerando la actual diáspora de casi 8 millones de venezolanos?

Y, de hecho, una de las razones por las que Maduro perdió el apoyo de gobiernos de la izquierda, que en otro momento saldrían a su defensa, es la eventualidad de un tsunami de venezolanos huyendo de su país, dramáticamente aumentando la crisis humanitaria en la región.

En el caso de Estados Unidos, la eventualidad de una crisis migratoria, a menos de 100 días de las elecciones presidenciales, sería la razón fundamental de la actual política de buscar la salida de Maduro. Hace dos décadas, la prioridad del gobierno estadounidense era garantizar el flujo de petróleo venezolano. Esto ha cambiado dramáticamente, gracias en parte a un esfuerzo de varios inquilinos en la Casa Blanca que buscaron la independencia energética de su país.

Ahora, el manejo de la crisis migratoria, que explota en la frontera entre Estados Unidos y México, podría definir quién será el siguiente presidente o presidenta de los Estados Unidos. Y el gobierno de Joe Biden seguramente no dudará en tomar los pasos necesarios para encontrar, lo más pronto posible, la salida de Maduro.

No solo para evitar la oleada de migrantes que saldrían de Venezuela, dirigiéndose hacia los Estados Unidos, sino para acotar los cuestionamientos de la negociación secreta que hizo la Casa Blanca con Maduro a finales del año pasado en Catar: a cambio de detener las sanciones a la industria petrolera venezolana, y regresar a Alex Saab, su testaferro, Maduro soltaría a consultores estadounidenses detenidos y permitiría una elección presidencial “competitiva y supervisada”.

Parece que Maduro le quiere ver la cara de bobo a Joe Biden, algo que el presidente de los Estados Unidos no permitirá a menos de 100 días de las elecciones presidenciales, donde está en juego la democracia estadounidense si gana Donald Trump.

Por eso, no sorprendió que, sin esperar que eventualmente se hicieran públicas las actas de tabulación final de los votos por las autoridades electorales, como lo piden países antagónicos y aliados, o buscar un consenso multilateral, Estados Unidos desconoció los resultados oficiales y felicitó a Edmundo González como ganador de la contienda. Además, en el comunicado, pide a las fuerzas de seguridad de “no convertirse en un instrumento de violencia política en contra de ciudadanos que ejercen sus derechos democráticos.”

La comunidad internacional tampoco tendrá paciencia con Maduro y su gobierno autoritario y represivo, especialmente ante su comportamiento en las últimas horas. Aunque, por falta de un solo voto el Consejo Permanente de la OEA no logró los 18 votos para aprobar resolución sobre Venezuela, esto no significa que no esté incrementando la presión de la comunidad internacional, de no solo transparentar las actas, pero de evitar la violencia en contra de la oposición y sus seguidores. De hecho, el secretario general de la OEA, Luis Almagro, pidió la intervención de la Corte Penal Internacional, exigiendo que se girara una orden de arresto para detener a Maduro. “Anunció un baño de sangre. Lo está cumpliendo” aseguró Almagro. Adicionalmente Estados Unidos ya ofrece una recompensa millonaria por la captura de Maduro, y varios de sus aliados, acusados de participar en el negocio del narcotráfico.

Es solo cuestión de horas, de días. Incrementará la violencia y represión. Y con esto el rechazo de gobiernos y la comunidad internacional. Maduro se está quedando sin aliados. Pero la amenaza más peligrosa es la coyuntura de las elecciones presidenciales en Estados Unidos: la candidata Kamala Harris necesita que se ‘resuelva’ la crisis en Venezuela para prevenir la oleada de migrantes dirigiéndose a los Estados Unidos. Ella buscará una solución inmediata, aunque más equilibrada: negociar la salida del presidente de Venezuela que garantice su integridad física, inmunidad e impunidad. Pero en caso de que ganara Donald Trump, las posibilidades de Maduro y sus aliados se limitarán a permitir que abandonen el Palacio de Miraflores esposados o de pies por delante.

Pero de que Maduro se va, se va.

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