Hace un par de semanas escribí que, a pesar del atentado contra Donald Trump, la dinámica política y su personalidad hacían prácticamente imposible detener la espiral de polarización en Estados Unidos. Se esperaba que, al aceptar la candidatura presidencial, Trump diera un discurso moderado y unificador. Sin embargo, optó por avivar las llamas, insultar y atacar como de costumbre.
Desde entonces, y especialmente con la entrada en escena de Kamala Harris, Trump y sus seguidores se han desatado, mientras que los demócratas también han intensificado sus ataques. Harris, en su primera referencia a Trump, afirmó conocer bien su tipo, pues como fiscal en California se dedicó a perseguir criminales.
Durante el sexenio del presidente López Obrador, la polarización en México también ha aumentado. Sin embargo, las fuerzas que la impulsan no son tan fuertes como en Estados Unidos, donde la reunificación nacional se ha vuelto inalcanzable. En México, es posible imaginar un país menos dividido y confrontado, pero mucho dependerá de Claudia Sheinbaum y de cómo decida construir su liderazgo a partir del 1 de octubre.
Desde el inicio de su gobierno, el presidente López Obrador apostó por la polarización. Había, por supuesto, condiciones que la favorecían, como las enormes desigualdades en el país. También es cierto que el bando opuesto aceptó el enfrentamiento y rápidamente abrió fuego. Pero el hecho es que nadie, y ciertamente nadie con un megáfono tan potente como el suyo, ha alimentado el encono como López Obrador. Él ha sido para México lo que Trump ha sido para Estados Unidos.
Sin embargo, la polarización en Estados Unidos tiene raíces sociales mucho más profundas que en México, en donde las encuestas muestran, como lo ha documentado Alejandro Moreno en este diario, que lo que más polariza no son las posiciones ideológicas, sino los posicionamientos respecto a la 4T. Al final de cuentas, la fractura política se explica fundamentalmente por la aprobación o desaprobación del presidente López Obrador, no por valoraciones raciales, religiosas, morales o identitarias profundas como sucede en Estados Unidos.
En sintonía con esta diferencia, en México, los medios de comunicación no están tan polarizados como en Estados Unidos, donde los canales de noticias por cable, que informan a millones de estadounidenses, tienen posiciones editoriales definidas e ideológicamente opuestas.
Aunque en México hay medios militantes con posiciones claras a favor o en contra de la 4T, ninguno de ellos tiene el alcance de esos canales de noticias. Los grandes medios de comunicación (televisión y radio) por los que la mayoría de los mexicanos se informa suelen reflejar una diversidad de opiniones políticas, algo muy distinto a la uniformidad ideológica y militancia política de canales como Fox News o MSNBC en Estados Unidos. Esto marca una diferencia, incluso cuando cada vez más personas se informan a través de redes sociales, donde predominan el golpeteo, la estridencia y el choque de posiciones.
Además, Claudia Sheinbaum no es el prototipo de líder populista que naturalmente polariza, y en este momento no parece tener mucho sentido que lo haga. Así como para pelear se necesitan dos, para polarizar también. Después de las elecciones, la oposición quedó desmantelada y muchos de sus voceros y patrocinadores desacreditados. Sheinbaum iniciará su gobierno enfrentando menos resistencias políticas que las que tuvo el presidente hace seis años, especialmente si logra asegurar la sobrerrepresentación en el Congreso que el INE parece estar dispuesto a obsequiarle.
López Obrador construyó su liderazgo sobre su carisma y su capacidad para conectar con la gente. Las encuestas muestran que su popularidad supera consistentemente las evaluaciones de su desempeño en muchas áreas del gobierno, donde predominan las opiniones negativas. Sin esas cualidades personales, Sheinbaum deberá centrar su éxito en la efectividad de sus políticas públicas. Para lograrlo, sumar en lugar de dividir parece ser la apuesta lógica, especialmente considerando la estrechez financiera que enfrentará.
Sin embargo, la lógica no siempre prevalece, y no se puede descartar que Sheinbaum opte por la polarización si cree que, al igual que a López Obrador, esa estrategia también podría beneficiarla. El problema es que ella no es López Obrador, quien tiene el conflicto y la polarización en su ADN. Esa no es la fortaleza de Sheinbaum, y sería un error que intentara emularlo en lugar de buscar un estilo propio de liderazgo.
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