En la nevera de las hermanas Luces, en la gaveta de los vegetales, quedó una botella de espumante sin abrir. Estaban dispuestas a celebrar el 28 de julio y con champaña, como alguna vez dijo María Corina Machado que pasaría. En esa casa, en una de las calles estrechas de La Dolorita, la última frontera de la enorme barriada de Petare, salieron a votar el domingo. También cuidaron los votos fuera del centro, se quedaron en silencio, de luto, cuando dieron los resultados, tocaron cacerola de madrugada y al día siguiente bajaron de sus barrios en ríos de gente a pie y en motocicletas a protestar porque consideran que el Gobierno cometió fraude. Cansadas por las horas de angustia continuada, como casi todos los venezolanos, aún están esperanzadas con un cambio.
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