Pero, ¿por qué habríamos de someternos? ¿Por qué someter la verdad ante la megalomanía demencial de un aspirante a tirano? ¿Por qué claudicar la razón frente a la rabia y el resentimiento? ¿Por qué nuestro país y su Constitución habrían de ajustarse a los designios de un déspota en senectud? ¿Cómo ser indiferentes ante el disparate de quien pretende arrebatarles a los cronistas de nuestra historia su pluma para imponerse en sus páginas a fuerza de labia y mentiras vacuas?
La locura está ahí. En seis años nos ha quedado claro que todo aquello que no se alinee a las ocurrencias demagogas y autoritarias del autócrata se sataniza y condena desde las esferas más altas del poder. Para luego atizar con saliva ponzoñosa el cáncer de la polarización. Es cobarde. Porque delega su venganza. Es resentido. Porque el brío de su vida es el rencor.
No puede ser que la república dependa de los arrebatos fascistoides de un caudillo. Su mitocracia ahora amenaza con trascender al sexenio. Sostenida en una vil falacia ad populum, la reforma encausada en envilecer nuestro sistema de justicia tropicalizándolo y sometiéndolo al poder político del cacicazgo gubernamental, acecha en la voz angustiante y odiosa del aprendiz de falso profeta.
Ahora también quieren que nuestro futuro se someta a las tropelías del presidente. No podemos permitirlo. Por eso la próxima presidenta de México debe combatir esos anhelos disparatados del cacique de subyugar la narrativa a su visión quimérica de la nación. Dejarse, significaría rendir al porvenir frente a quien se quedó anquilosado en un pasado que nunca fue, a ayeres imaginarios que nublaron la mente de un hombre eternamente agobiado por sus ansias de poder frustradas.
¿Por qué traicionar la historia por no herir el ego un hombre atolondrado y senil? ¿Por qué permitir la prevalencia de una falocracia ajada con tal de no subyugarse frente al entusiasmo autodestructivo de un lunático? ¿Por qué insultar a cuarenta millones de mexicanos por el simple hecho de disentir de quien usurpó las conciencias de las mayorías? ¿Por qué luchas contra el embuste y el ánimo destructor de un leviatán que nos devora lentamente?
La presidenta de México no tiene que pedirle permiso a nadie para gobernar de manera libre y autónoma. Cuenta con la legitimidad para contradecir o callar al presidente saliente. Se acabaron los zangoloteos disfrazados de muestra de cariño o esos besos repugnantes que esconden el terror de quien se encuentra en el ocaso de su presidencia y le horroriza perder el poder.
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