Saltan a la vista señales de cómo la democracia representativa occidental contemporánea presenta síntomas de debilidad y vulnerabilidades que conviven con fortalezas que la hacen el sistema más aceptable en la lucha por el poder.
De eso se trata la democracia, de la forma como las fuerzas políticas luchan por el poder y las fuerzas sociales influyen en esa lucha. Poder entendido como la capacidad para tomar decisiones que afectan a la colectividad, sea parte de la sociedad o la nación entera. No basta tomar decisiones, es necesario que sean obedecidas por una combinación de consenso y coacción.
Para alcanzar el poder en una democracia se compite en una gran consulta electoral a la ciudadanía que debe acreditarse como tal y que es organizada, vigilada, auditada y definitiva en sus consecuencias.
El poder sirve para transformar el orden establecido o para conservarlo. Abreva del consenso con el que se obtiene y ejerce. En algunas democracias, sobre todo en las repúblicas, existe una división de poderes que es, en sí misma, división del trabajo en el ejercicio del poder. Existe la confusión sobre el objetivo de los poderes como contrapesos en los que descansa la democracia. No es así.
El Poder Legislativo es un colegiado que norma y, para ello, debe resolver sus contrapesos internos derivados de la correlación de fuerzas que surge de las votaciones (de ahí el debate de la sobrerrepresentación). Puede ser un contrapeso del Ejecutivo si la mayoría la tiene la oposición. No es su objetivo, sino una consecuencia de los votos que conforman la integración del Congreso.
El Poder Judicial imparte justicia y preserva el cumplimiento constitucional y legal. Como colegiado, requiere contrapesos a su interior, pero no tiene como objetivo ser contrapeso. Puede y debe serlo como consecuencia de que, al impartir justicia, el justiciable sea otro poder.
En monarquías parlamentarias, el Legislativo y el Ejecutivo están imbricados, el Judicial se subordina al parlamento, y el jefe de Estado está por encima de otros poderes sin ser, por eso, menos democráticas.
Si hubiera una Covid social y política, enfermedad viral que, como algoritmo, se dirige a dañar lo dañado, a herir las heridas, a afectar los órganos más susceptibles de ser afectados, podríamos señalar varios de sus síntomas: exclusión, clasismo, elitismo, discriminación, racismo y desigualdad.
Para que la lucha por el poder sea civilizada, con posibilidades reales de competencia y alternancia, de participación en las decisiones fundamentales, de deliberación, diálogo y amplio abanico de representación plural, la democracia debe sobrevivir a los síntomas del virus y transformarse constantemente.
La salud democrática depende, en gran medida, del grado de legitimidad, inclusión y visión colectiva del gobierno, pero no es suficiente. La salud de la democracia depende fundamentalmente de la calidad de representación de las fuerzas opositoras; de la calidad de las élites cultural para elevar el nivel del debate, para generar conocimientos, divulgar valores y descubrimientos; y de la calidad de la élite económica para impulsar la prosperidad que no sea excluyente o a costa de los demás, y defender sus intereses legítimos, por medios igualmente legítimos.
Si los partidos no abandonan el patrimonialismo y no resuelven su crisis de representación; si analistas y columnistas no se desatoran de la polarización en la que parecemos enganchados y no recuperan liderazgo en la formación de opinión pública; si los intereses privados no se enfocan en generar prosperidad sin favores y concesiones para brincarse la fila, padeceremos larga Covid política.
En contraste con México, las elecciones en Venezuela demostraron el profundo déficit democrático y son el inicio del fin del régimen, siempre que se mantengan las movilizaciones de la oposición en múltiples formas y se acumulen más errores de exclusión y represión, por parte de Maduro. Su régimen morirá de Covid.
Lectura recomendada: La historia de mis privilegios. Michael Ignatieff. Letras Libres (julio 2024).
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