El síndrome de París​

El filósofo y escritor francés Jean-Paul Sartre, gran exponente del existencialismo, dijo: “como todos los soñadores, confundí el desencanto con la verdad”. Estimados lectores, traigo a cuento la inauguración de los Juegos Olímpicos de París 2024. Como pocas veces, el concepto y la propuesta artística de la misma fue polémica, y lo que he podido leer y escuchar de sus reseñas, es que son extremas: o la amaron, o la odiaron.

La idea de “llevar los Juegos Olímpicos a la calle” quedó más que clara, y eso tiene un impacto directo, seco y contundente sobre la idea que cada quien tiene sobre cómo es la “Ciudad de la Luz”.

El fenómeno del que les voy a hablar, y que da título a esta columna, es un trastorno psicológico transitorio encontrado en algunos individuos que van de vacaciones a París, y es el resultado del choque extremo derivado de su descubrimiento de que París no es lo que esperaban que fuera. Y me resulta muy familiar pues algo similar pasa entre la aviación y sus pasajeros.

Tal vez sea culpa de Hollywood, que le vende al espectador un cuento que en realidad no existe. Quizás son las campañas de marketing las responsables del desencanto que sufren algunos viajeros, que toman a pie juntillas lo que ven -y quieren ver- en la publicidad de las diferentes aerolíneas.

Este síndrome tan interesante lo descubrió el japonés Hiroaki Ota, un psiquiatra que trabajó en Francia, y que fue la primera persona a la que se le diagnosticó con este curioso síndrome, en un ya realmente lejano año 1986. Como dije, un trastorno psicológico presentado cuando se dan cuenta que “Paris, no es como en las películas”.

Sé muy bien que situaciones similares -guardando las debidas distancias- suceden muchas veces en la aviación. Personalmente me tocó vivirlas mientras volaba en la antigua Mexicana de Aviación. Me tocó ser de los sobrecargos que inauguraron la “Clase Ejecutiva”, en mayo de 1998. Yo había firmado contrato el 4 de abril de ese mismo año, y al mes siguiente ya estaba volando en la línea.

En el adiestramiento inicial que recibimos nos tocó este gran cambio dentro de la aerolínea; y es que durante muchos años Mexicana de Aviación se caracterizó por su servicio de “una sola clase”, pero en la que se daba champagne en todo el avión.

Este maravilloso servicio era conocido como “Azteca de Oro”, y consistía en que todo el avión era una especie de “Primera Clase”, con vinos franceses, licores finos e incluso service du fromage, cuchareo francés, vajilla de porcelana y cristalería para todo el avión, lo cual fue muy popular en dos equipos: el Boeing 727 y en el DC10.

Mis compañeros contaban con orgullo que era todo un espectáculo armar el carro de servicio, e ir ofreciendo pollo o carne o pescado. Uno de los platillos que daban a bordo era nada más que “filete mignon con champiñones al vino tinto acompañado de puré de papa”.

Cuentan también que calentaban el pan, y uno a uno iban entregándolo con una charola; de verdad que era un lujo viajar en aquellos ayeres, pero las crisis internacionales terminaron por cancelar ese servicio, quedando solo con la clase única: turista, pero sin lujos.

Por eso a mí adiestramiento inicial, agregaron un curso sobre lo que sería la próxima “Clase Ejecutiva” que Mexicana iba a estrenar. Nos enseñaron los distintos tipos de servicio que se daban a bordo, desde calentar en el ramekin (recipiente de cerámica de bordes altos y rectos) con las nueces y cacahuates, que se entregaba junto con la bebida de bienvenida, que dependiendo de la hora del vuelo, podía ser una copa de champaña, un jugo de naranja, un café o una mimosa. Eso sí, después de las 12:00 horas del día ya podíamos ofrecer también licores a los pasajeros mayores de edad.

Sin embargo, a pesar de todo el esmero que puso la empresa con esa nueva clase y servicios al cliente, fue normal y reiterado encontrarnos con pasajeros que viajaban en clase turista, que reclamaban por qué no dábamos champaña en todo el avión “como antes”.

Y es que aquellos pasajeros que viajaron con Mexicana durante la época del “Azteca de Oro” no daban crédito a que ahora ese servicio superior solamente fuera para la clase ejecutiva. Por tanto, a veces recibíamos reclamos airados del tipo: “antes era mejor el servicio”, o “yo pagué mí boleto muy caro y ni una copa de champaña”, y no les faltaba razón, ya que en cabina turista lo más que llegábamos a dar era vino mexicano, blanco o tinto, pero en copa de plástico.

Sí, había pasajeros a los que la copita de plástico les chirriaba un montón. La transición de servicios fue paulatina y programada. En vuelos de largo alcance todavía me tocó dar el servicio de fromage en clase turista, aunque también fue mutando: primero nos subían una tabla enorme con quesos y fruta, acompañado de un gran cuchillo, pero a raíz del atentando contra las Torres Gemelas en Nueva York (2001), el servicio mutó a charolitas ¼, con tres uvas y sendos pedacitos de queso de cabra, gouda y suizo.

Y con ese cambio vinieron los reclamos otra vez, que ya no era “como en el pasado”, y que nuestro servicio a bordo había “desmejorado mucho”. Los pasajeros se creaban expectativas muy altas, ya sea porque en años anteriores habían viajado en la línea aérea y se daban esos servicios “premium”, o bien porque la publicidad en los medios, y las narrativas de las películas les hacían creer que arriba de la aeronave tendrían todo un festín, y se desilusionaban al darse cuenta de que no era así.

Afortunadamente, para el pasajero todo quedaba en desazón, mal rato o coraje momentáneo, y nunca llegó a ser un trastorno psicológico como el que ahora están padeciendo París 2024. Muchos turistas que acaban de llegar a la capital gala comienzan a darse cuenta de que la ciudad no es como la pintan en Instagram, o en las series norteamericanas, como “Emily in Paris”.

¿Qué sienten las personas que sufren el “síndrome de París”? Sienten dificultad para respirar, además de sufrir mareos e incluso se les puede acelerar el ritmo cardiaco. Y aunque al parecer quienes sufren más de este síndrome son los japoneses (según la Asociación Médica Franco-Japonesa), no son los únicos y de eso podemos estar claros quienes vemos videos de turistas enojados porque París no es “lo que esperaban”.

Las quejas comienzan con la forma de ser de los propios parisinos, a quienes los turistas tachan en general de groseros, rudos o de plano mal educados, sobre todo cuando les hablan en inglés, o en cualquier otro idioma que no sea el francés.

Las calles están a veces llenas de basura y es algo que a los turistas descoloca bastante; encontrarse con vendedores ambulantes también es algo que termina agobiándolos, pues muchas veces tienen la suposición que en Europa -pero sobre todo en París-, el comercio ambulante no existe.

Encontrarse a inmigrantes africanos, de excolonias francesas, cerca de las atracciones turísticas intentando venderte un llavero chino de la Torre Eiffel -u otro souvenir- de manera insistente, puede llegar a crispar los nervios de cualquiera, sobre todo cuando en los hoteles te recomiendan que evites este tipo de comercio y mejor compres tus “recuerditos”, en las tiendas para turistas que están bien establecidas.

Otra cosa que mucho les ha llamado la atención a los turistas, y que han terminado decepcionados del glamour francés, es la cantidad tan grande de ratas que hay la ciudad; y no, no causan la ternura de “Remy” de la película Ratatouille.

Ahora que se llevan a cabo los Juegos Olímpicos de París 2024, el turismo se ha topado con que no se pueden acercar a ciertos “monumentos”, porque forman parte del ciclorama de algunas competencias.

También se han quejado de la comida, pues existe una “idealización” muy curiosa sobre la gastronomía francesa, y cuando la realidad los enfrenta, pues la decepción es el sentimiento que más les acompaña; muchas veces hay platillos que son más bien norteamericanos y que los han hecho pasar como franceses, y al probar el original termina por no gustarles.

¿Qué podemos decir de nuestros compatriotas mexicanos? Sabemos que a muchos les entra la nostalgia, e incluso la urgencia, de comer chile, por lo que muchos turistas llegan cargados de latas de chiles y botellas de salsa para que no les ataque no solo el “síndrome de París”, sino el “mal del jamaicón” y que ardan en deseos de regresar a nuestro México lindo y querido.

En los dos casos aquí planteados, tanto en el caso de París 2024 como en la aviación, es importante mencionar que las altas o falsas expectativas terminan generando un malestar en la persona por no obtener lo que cree que “debería de ser”.

Lo mejor es ser realistas y no crearse “castillos en el aire”, para poder apreciar los Juegos Olímpicos de París 2024 en todo su esplendor, y en el caso del transporte aéreo, lo mejor es saber a qué se tiene derecho y qué se puede esperar de la línea aérea de su elección. Moliere, un francés que era un poco más sincero que correcto, decía: “Las personas pasan la mayor parte de su vida preocupándose por cosas que nunca suceden”.

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