En las sociedades que sacan pecho por inclusivas y abiertas, el friqui rompe sus moldes y revienta sus costuras. Incluso en aquellas que han normalizado los trastornos autistas y las conductas sociales asociadas con la ansiedad, el friqui puede ser objeto de odio y burla sin que los odiadores y los burladores se sientan turba ni les penalice su imagen de buenísimas personas. Uno puede compartir un meme que ridiculiza a un friqui, o jartarse de reír de los chistes que se hacen en la tele a su costa sin dejar de tenerse a sí mismo por ciudadano ejemplar, usuario de la bicicleta, reciclador diligente y aliado de todas las causas justas. Lo hemos visto estos días con Roro (la tiktoker novia perfecta y modosita), diana del odio de quienes luchan por la liberación absoluta de la mujer, pero es algo recurrente. Si no es ella, será otro: las fuerzas vivas de la aldea global siempre tendrán la yesca a mano para encender la tea contra cualquier friqui de comportamiento incomprensible y libérrimo.
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