Siempre le ha rodeado una niebla espesa, un aire como de fantasma que hacía difícil separar la leyenda de la realidad. Empezó en el narcotráfico a los 16 años, cuando en los sesenta aquello no pasaba del contrabando de marihuana. Pero un par de décadas más tarde ya era uno de los jefes de un imperio criminal. Sus socios y compadres han ido cayendo uno a uno, presos o muertos. Mientras que sobre él crecía el aura de ser casi intocable: nadie puede atrapar a El Mayo. Él mismo se encargó de cimentar su leyenda en una insólita entrevista en 2010 con el decano del periodismo mexicano, Julio Scherer. El Mayo lo invitó a sus dominios. Un chamizo en el corazón de la sierra sinaloense. Allí, el periodista le preguntó como había logrado librarse tanto tiempo de la cárcel y de la muerte. Le respondió que él era hijo del monte: “El monte es mi casa, mi familia, mi protección”.
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