En los últimos años, los teleféricos se han convertido en una gran herramienta para lograr la inclusión social, debido a que permiten conectar zonas altas de las grandes ciudades donde es imposible construir transportes como el Metro o donde los autobuses llegan de forma escasa.
De esta forma, las personas que viven en barrios vulnerables puedan desplazarse de forma rápida y eficiente a los centros urbanos, lo que les permite acceder a mejores oportunidades de estudio y empleo a las que antes no podían, a causa de las distancias y falta de transporte, lo que sin duda permea hacia su familia y comunidad.
Se trata de una herramienta de transformación económica y social, pues las estaciones son lugares de encuentro e intercambio donde convergen personas y negocios, debido a que la economía se reactiva en las zonas aledañas a las estaciones y proliferan los negocios del área, lo que no solo fomenta que éstas sean más seguras y estén bien iluminadas, sino que también contribuyen a mejorar la economía de los comerciantes.
Esto también atrae la mirada de los gobiernos locales, pues comienzan a destinar recursos para mejorar estas zonas, por medio de la instalación de parques, bibliotecas públicas y áreas recreativas, lo que ayuda a regenerar el tejido social y a disminuir la incidencia de delitos, sin dejar de lado los muchos beneficios ambientales que generan para la población, ya que ayudan a evitar la emisión de gases contaminantes, lo que mejora la calidad del aire.
Pero más allá de cumplir con la función de ayudar a la gente a transportarse, los teleféricos se han convertido en una opción de movilidad sostenible en grandes urbes en todo el mundo, pero también en Latinoamérica.
Su utilización contribuye a reducir los viajes en autobús o vehículo, con lo cual se mitigan las emisiones de gases de efecto invernadero del transporte público, incluidas las partículas de monóxido de carbono, hidrocarburos, dióxido de azufre, óxidos de nitrógeno y ozono, por citar algunas.
Se calcula que en el país hay aproximadamente 420 mil unidades de transporte público de pasajeros, considerando las de transporte público federal y estatal. De ellas, más del 37% tiene una antigüedad superior a los diez años de vida, es decir, que circulan más de 156 mil unidades fuera de norma en México.
Para reducir esta brecha se requiere de al menos 20 años para disminuir las unidades que ya no están en condiciones adecuadas para su operación. Es justo aquí donde el teleférico juega un papel preponderante en la reducción de emisiones contaminantes.
Según los últimos datos disponibles de la Secretaría de Medio Ambiente (Sedema) de la Ciudad de México, con la operación de las dos líneas del Cablebús de la Ciudad de México se dejan de emitir 16,563 toneladas de dióxido de carbono al año, lo cual sin duda contribuye a mejorar la calidad del aire y, por ende, la salud de la población en la zona, pero también en toda la ciudad.
Una vez que la línea 3 del Cablebús haya sido completada, alcanzará una longitud de más de 38.37 kilómetros, incluyendo no solo las líneas en la CDMX, sino también las que operan en el Estado de México, lo que permitirá que más personas se desplacen, pero también que haya menos vehículos en tránsito, de forma que mejorará aun más el ambiente.
La industria de los teleféricos seguirá en ascenso, ya que el mercado mundial de teleféricos alcanzaría los 9,400 millones de dólares en siete años, creciendo a una tasa de crecimiento anual compuesto (CAGR) de 9.8% entre 2022 y 2030, de acuerdo con un estudio de Global Industry Analysts, aunque hay quienes consideran que podría ser de 11,500 millones en 2032, tomando como base el valor de mercado que alcanzó la industria en 2022, el cual fue de 4,200 millones, según la firma de análisis Future Market Insights.
Quién hubiera pensado que un invento creado inicialmente para desplazar materiales de un punto a otro se transformaría en un motor de cambio para las sociedades y en una solución eficiente de movilidad.
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