A la compleja situación interna que vive el país por la embestida reformadora de la actual administración que pretende dejar como legado a la siguiente un poder omnímodo y de frágiles contrapesos, se suma la tensión, que ya se advierte, en la relación con el vecino del norte.
Tres temas destacan en la narrativa de los candidatos republicanos a la presidencia y vicepresidencia de los Estados Unidos con respecto de México: la relación comercial; la migración y el crimen organizado que, de obtener el triunfo en las elecciones de noviembre próximo, como todo parece indicar, condicionarán no sólo la relación bilateral, sino la política interna de nuestro país en materias por demás sensibles y duramente cuestionadas.
El discurso y los nombramientos de quienes constituirán el gabinete que acompañará en su gestión a la futura presidenta ofrecen, con prístina claridad, el rumbo que seguirá el nuevo gobierno en la construcción del segundo piso del movimiento regenerador que contará, de ser aprobadas las reformas en el mes de septiembre, con amplísimas facultades de decisión y control a las que no se les moverá ni una coma.
Pero dado el tenor del discurso de los candidatos norteamericanos, puede advertirse que no se comparten las mismas visiones y, desde luego, los mismos intereses. La popularidad de los republicanos va en aumento, fortalecida por el fallido atentado al expresidente Trump, radicalizando su mensaje en contra de México, que es señalado como responsable de la epidemia de drogas que mata decenas de miles de norteamericanos cada año y por el incremento de lo que ellos llaman invasión migrante.
Por su parte, el gobierno de México en ciernes, anunciando la continuidad de la transformación, tácitamente se pronuncia por el mantenimiento de la estrategia de los abrazos y la política de ayuda a los países expulsores en lugar de amurallar la frontera, lo que evidentemente resulta antagónico a las intenciones manifiestas por los candidatos republicanos de continuar con la construcción del muro fronterizo, imponer sanciones económicas e incluso declarar a las bandas criminales como organizaciones terroristas.
Y no es sólo una cuestión discursiva, el expresidente de los Estados Unidos, durante su mandato, dio muestras de cumplir sus intenciones, haciendo alarde de haber “doblado” rápidamente a nuestro entonces canciller. La elección de su potencial vicepresidente, que se percibe aún más radical, anticipa una relación menos que tersa y de muy difícil gestión para nuestro futuro gobierno.
Y encima, la crisis reformadora interna que ya se deja sentir.
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