Mr. Trump, enfrentamos un enemigo en común​

Para que el eslogan de su campaña, Make America Great Again, se convierta en una realidad, Donald Trump considera indispensable librar una batalla, frontal y contundente, contra el crimen organizado transnacional. De acuerdo con el candidato republicano, el tráfico de migrantes y el tráfico del fentanilo son dos grandes negocios criminales que atentan contra la seguridad nacional de su país. Esta misma red transnacional, por cierto, es también la que tiene a México postrado con una epidemia de violencia letal y una expansión territorial de cárteles y mafias sin precedentes. Estados Unidos y México enfrentan, entonces, un enemigo común. Conviene que no lo olvidemos.

Por su actitud displicente y constantes ofensas hacia nuestro país; por la crueldad además con que trató a los migrantes ilegales cuando fue presidente, Trump genera repudio entre muchos sectores de la opinión pública de México. Nuestra clase política y el llamado ‘círculo rojo’ no terminan de digerirlo. Durante su presidencia fueron frecuentes los desencuentros e intercambios de señalamientos con autoridades mexicanas, que culminaron en predecibles capítulos de dimes y diretes. Éstos sólo sirvieron para interrumpir el diálogo y entorpecer la cooperación bilateral, especialmente en asuntos de seguridad regional.

Por lo anterior, resulta importante que cambiemos la dinámica de nuestra relación con Trump, en caso de que regrese a la Casa Blanca. México no puede darse el lujo de seguir perdiendo oportunidades de cooperación con Estados Unidos, dado el desafío común que figura en el corazón de la agenda bilateral. A pesar de los factores adversos que la relación sin duda enfrentará, será fundamental que ambas naciones sostengan un diálogo franco y permanente para avanzar en una estrategia eficaz de seguridad conjunta. Sobre todo cuando nuestros intereses nacionales coinciden tan marcadamente en una meta común: debilitar al crimen organizado trasnacional.

Dos tareas me parecen pertinentes para preservar este diálogo binacional, a pesar de las dificultades. En primer lugar, México debe mantener la cabeza fría y no responder a señalamientos provocativos, pero a la vez inocuos, que aparecen episódicamente en el lenguaje colorido de sus discursos (especialmente de campaña). Entendamos que la actitud beligerante por parte del republicano en los temas del fentanilo y de la inmigración ilegal es altamente taquillera, de modo que continuará. Intentemos, entonces, no engancharnos con esta retórica y sólo responder excepcionalmente con sobriedad e inteligencia.

En segundo lugar, debemos asimilar la retórica trumpista contra los cárteles como lógica e, incluso, necesaria. Lógica, porque como lo mencioné, se trata de una importante amenaza a la seguridad nacional de nuestro vecino. Y necesaria, porque se trata de un discurso que nos recuerda cuál es el enemigo común a vencer. Si en México las autoridades no estuvieran tan expuestas, como hoy lo están, a ser agredidas por los grupos criminales (en caso de criticarlos abiertamente) enarbolarían quizás un discurso anticrimen semejante al de Trump. Pero sabemos que adoptar esa retórica anticrimen podría ser la condena a muerte de su portavoz. Hace apenas algunos meses, en Ecuador, el candidato presidencial Fernando Villavicencio declaró en campaña que era necesario someter a las mafias de su país “con mano dura”. Días después del pronunciamiento fue asesinado a tiros.

Por último, conviene agregar que si Trump ubica las principales amenazas del crimen organizado transnacional en dos temas sustantivos, migración y fentanilo, las principales amenazas que enfrenta México también son dos pero de carácter transversal: epidemias de violencia letal y expansión del control territorial del crimen. La primera amenaza apareció nítidamente desde 2008, cuando inició un proceso de fragmentación y realineación criminal; la segunda amenaza irrumpió al implementarse la estrategia identificada bajo el mote “abrazos, no balazos” en 2018. Este proceder no confrontativo hacia los grupos criminales propició tanto una veloz expansión geográfica del crimen, como la conversión de la “presencia territorial” del crimen en “control territorial”, lo cual se ha traducido en una pérdida notable de soberanía territorial del Estado mexicano.

En síntesis, México debe aprovechar el ímpetu con que un eventual gobierno de Trump luchará contra el crimen organizado trasnacional, para sumarse a este esfuerzo sin perder de vista que del lado mexicano los dos grandes objetivos son pacificar el país y recobrar el control territorial que le ha sido arrebatado por los grupos criminales. En este trabajo que se avecina de cooperación estrecha con Estados Unidos será importante la firma de una amplia gama de “memoranda de entendimiento” que establezca diversos acuerdos de cooperación de corto plazo para avanzar en los dos grandes objetivos mencionados. Este cúmulo de acuerdos probablemente se convertirá, con el paso del tiempo, en una base institucional sobre la que podría construirse un futuro Tratado de Seguridad para América del Norte.

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