Los partidos políticos en México datan de los años treinta. En 1938 Lázaro Cárdenas creó el PRI, aunque lo llamó Partido de la Revolución Mexicana, dotándolo de la estructura corporativa que mantuvo por décadas. Los priistas siempre han celebrado a Plutarco Elías Calles como su fundador, pero nada tiene que ver el arreglo que él hizo para mantenerse en el poder con un partido político en forma, como el creado por Cárdenas.
Al año siguiente se fundó el PAN, en respuesta al carácter totalitario del régimen de la Revolución, pero competía sólo en algunas ciudades. Un par de efluentes del PRI tomaron los nombres de Popular Socialista (PPS) y Auténtico de la Revolución Mexicana (PARM). La izquierda no tenía presencia electoral, porque el Partido Comunista (PCM), aunque fundado en 1919 con la ayuda de extranjeros, estaba proscrito.
La reforma política de 1977 permitió la llegada de la izquierda a las elecciones, y con ello el mapa político del país consistía en un PRI inmenso, que ganaba todas las gubernaturas y senadurías, y más de 85% de las diputaciones; un partido a la derecha, el PAN, y varios partidos a la izquierda, entre los cuales el más importante fue el Socialista Unificado de México (PSUM), luego llamado Mexicano Socialista (PMS).
Las crisis de los años ochenta: económica (1982), social (terremotos, 1985) y política (Chihuahua, 1986), provocaron un gran ajuste en los partidos. La izquierda priista (echeverrismo) ya no vio espacio en el PRI, compitió por fuera en 1988, y en 1989 se fusionó con los partidos de izquierda para convertirse en el PRD, que se quedó con el registro del PMS. El PAN fue invadido por los “bárbaros del norte”, que ya no tenían tanta preocupación por la doctrina y la Iglesia, sino que querían competir en serio por el poder. Eran empresarios medianos, que buscaban defenderse de gobiernos de corte estatista como los vividos en los años setenta.
Eran tiempos de hiperinflación y devaluación, seguidos por la ilusión del primer mundo, los asesinatos políticos, otra vez inflación y devaluación, que culminaron en una nueva reforma política (1996) que finalmente abrió el camino a la democracia en México.
Es decir que este país vivió poco más de cien años gobernado por hombres fuertes: Santa Anna, Juárez, Díaz, Obregón y Calles. No cuento a Carranza, porque el fuerte fue siempre Obregón. Cárdenas permite la transición a las instituciones, que en realidad eran sólo una: el PRI. Las crisis de los ochenta abren espacio a la democracia, donde el PRI se mantiene como un híbrido entre el viejo nacionalismo revolucionario y la modernidad, el PAN como un verdadero partido de derecha, y el PRD compitiendo por la legitimidad del nacionalismo revolucionario.
El PRD fue un partido de hombre fuerte: primero Cárdenas, después López Obrador. A la salida de éste, el PRD se derrumba. Bastaron diez años para pasar de 20% de los votos a la desaparición. La nueva organización de López Obrador logra captar al nacionalismo revolucionario, y desfonda también al PRI. En 2018, los partidos de la etapa democrática de México son aplastados por Morena. Para 2021, esos partidos, aliados con ciudadanía y empresarios, logran recuperar terreno. En 2024, fingiendo repetir la alianza, parasitan a sus aliados, y la derrota es definitiva.
Estamos ya en una nueva etapa. El PRI opta por el camino del partido familiar. Como MC de Dante, PVEM del Niño Verde, PT de Anaya, ahora tendremos el PRI de Alito. Bueno para cinco, siete, nueve por ciento. El PAN se debate entre la doctrina y la derecha moderna. Morena busca una hegemonía artificial mientras sufre turbulencia natural. No es un estado estable. Si hubiese necesidad de unidad frente a una amenaza, todo se vendría abajo.
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