La engañifa del diálogo judicial​

Ni cuatro horas duró la ilusión del diálogo para reformar al Poder Judicial. En la primera de nueve sesiones quedó al desnudo la engañifa morenista. El ejercicio fue un desperdicio para la República y la demostración de que no los motiva la mejora sino la revancha.

La cita del jueves en la tarde en el Congreso pudo haber representado una sesión histórica por su trascendencia. Lo fue, sin embargo, por la impudicia de la simulación oficialista. La Suprema Corte en pleno asistió a un intercambio de ideas que cayó en el vacío de una celada.

Quienes temían que la oferta de la virtual presidenta electa de que habrá diálogo antes que imposición a la hora de reformar el Poder Judicial, mandato recibido en las urnas pues fue parte de la oferta de Claudia Sheinbaum, vieron confirmadas sus peores expectativas.

Pudo haber sido distinto, sin lugar a dudas. Estaba todo dispuesto para que la sesión fuera provechosa, un inédito ejercicio a la altura de una jornada electoral contundente. El encuentro de dos poderes a la búsqueda de un terreno común. Ocasión de lujo si se hubiera querido.

La mesa servida para un banquete democrático acabó justo como terminan las fiestas donde un colado se muestra incontenible. Pero antes de darle el protagonismo al reventador de una reunión sin precedente, conviene hacer justicia al “hubiera”, así sea ocioso.

Hubiera sido una excelente inauguración de un ciclo de reflexiones sobre las falencias, deudas y abusos del más reacio a la apertura de los poderes de la Unión. En un tiempo récord se estaría atendiendo el llamado de las urnas a revisar tan grave pendiente.

Convocados estaban las y los 11 ministros de la Suprema Corte, incluida desde luego su presidencia, que lo es también del Consejo de la Judicatura. Igualmente asistían consejeras y consejeros de ésta, y representantes de magistrados y jueces, además de sindicales.

De cada una de las intervenciones se puede sacar provecho. Es falaz cualquier comentario que diga que ésta o aquel ministro fueron impertinentes o insustanciosos en su totalidad. Todas y todos ellos dijeron cosas atendibles y pertinentes.

No es el momento de las caricaturas. No cabe en un relato honesto tirar por la borda toda la participación de la más nueva de las ministras, Lenia Batres, como un arrebato ideológico o meramente propagandístico.

Al mismo tiempo hay que reparar en la advertencia de un ministro como Alfredo Gutiérrez Ortiz Mena y su vehemente llamado a analizar los impactos económicos de cualquier cambio. Reducir su recomendación a una defensa del statu quo es miope.

Y sólo por mencionar a dos disímbolos participantes.

Tampoco hubo participación perfecta. Todas y cada una de las intervenciones tendrán que ser limpiadas de rebabas, de los defectos naturales que provoca cualquier sesgo ideológico.

Empero, al escuchar a todos cualquiera pudo hacerse una idea poliédrica de aristas que se tendrían que evaluar si se quiere reformar, o revolucionar incluso, al Poder Judicial, paso que tiene antecedente obligado en 1994 pero que se pretende sea el mayor en 200 años.

Precisamente, esa sería la labor inmediata e impostergable de las y los legisladores si fuera genuino el diálogo ofrecido por Sheinbaum e iniciado el jueves: sistematizar lo vertido para su divulgación y análisis.

Todas las posturas coinciden. Sí hace falta, y es impostergable, reformar al Poder Judicial. No es una conclusión menor. El veredicto de las urnas encuentra eco unánime en los impartidores de justicia, así unos vayan por lo más y pronto, y otros pidan avanzar con tiento.

Habría tenido broche de oro si así hubiera terminado el ejercicio, con la deposición de personas con cargo y encargo, incluido el presidente del tribunal capitalino –representante de poderes locales que es donde hay también un gran, gran problema de justicia–.

Hubiera sido una jornada para la historia con mayúsculas. Hubiera, pero Morena no se permitió la altura republicana. Las y los ministros denostados por el oficialismo sabían que lo que pasó al final podía suceder. No se equivocaron quienes desconfiaban.

La encerrona tenía por diseño que una vez que las y los ministros expusieran, un personaje que hace mucho perdió el sosiego, sin representatividad alguna que no sea electoral, zarandeara a quienes, según él, destruyeron el Poder Judicial. Un despliegue de zafiedad.

Desnudada la simulación, cayó el telón. Se convocó a la Corte para humillarla. Cuatro horas y la esperanza de altura democrática tiradas a la basura.

Como anfitrión del “diálogo”, al Congreso debería darle vergüenza. A la próxima presidenta, preocupación. En manos movidas por la mezquindad está la reforma judicial. La primera prueba de la oferta de diálogo de Claudia Sheinbaum resultó un montaje.

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