Los analistas del acontecer educativo esperamos con gran interés el perfil de quién será el próximo secretario/a de educación pública, por dos razones primordiales:
La primera se debe a que el proyecto educativo será la piedra angular que definirá el gobierno de la presidenta Claudia Sheinbaum, quien durante su campaña enarboló el tema educativo y se autodenominó como la “presidenta de la educación en México”, un reto nada menor, si consideramos el problemático contexto que se vive en el sector, que empeoró después del impacto del COVID-19, particularmente en un drástico descenso de la matrícula escolar.
Por otro lado, porque en las dos exposiciones recientes de los miembros de su gabinete ha quedado claro que, en la lógica de generar resultados, se antepuso la capacidad y la calidad moral antes que la lealtad al proyecto presidencial, sin descontar por ello que este valor sea también un elemento importante en el ejercicio del poder que todos y cada uno de quienes conformarán el gabinete federal deberá cultivar.
Sobre esta base, se pensaría que quien ocupe la cartera educativa deberá ser, por mucho, un personaje altamente prestigiado y con probados créditos académicos, incluso mayores a los que hasta ahora conocemos, al ser la formación profesional el cariz esencial de la Secretaría de Educación.
Siendo los hasta ahora secretarios nombrados personalidades cuyas credenciales son de extraordinaria estatura académica y formados con una alta experiencia en el área.
Empero, es de sobra sabido que quien ocupe el importante puesto no sólo debe tener prestigio moral y académico, sino que para la resolución de los conflictos educativos también se requiere de otras habilidades, como un profundo conocimiento de las problemáticas del sector y la capacidad de interlocución con sus actores, particularmente con las y los trabajadores de la educación, que son pieza fundamental para la consolidación de la política educativa.
Asimismo, debe conocer el contexto internacional en la materia, pues México no puede estar alejado de los avances científicos y tecnológicos en la educación y que diferentes países, particularmente las otras potencias económicas, están implementado con grandes resultados. Así, quien ocupe la titularidad de la SEP tendrá una gran tarea en innovar y modernizar el sistema educativo mexicano.
Finalmente, pero no menos importante tiene que ser un excelente gestor en el ámbito nacional e internacional para lograr recursos extraordinarios que permitan incrementar el presupuesto educativo, lo cual será sin duda el principal reto en la próxima administración pues sin un mejor financiamiento es un hecho que no será posible alcanzar las grandes metas que se ha propuesto la primera presidenta de México.
Como puede verse, este perfil es altamente complejo y sus requisitos no son tan sencillos de reunir. El próximo secretario o secretaria de educación debe ser un híbrido entre un gran académico e intelectual, y un profundo conocedor de la política educativa mexicana.
Estamos seguros de que, con la experiencia que ha mostrado la doctora Claudia Sheinbaum y el apoyo de su hasta ahora nombrado gabinete, donde hay prestigiados académicos como el Dr. Juan Ramón de la Fuente y otros recién nombrados, se seleccionará al mejor personaje que habrá de cumplir el gran reto de hacer de Claudia Sheinbaum la presidenta de la educación en México.
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