El proceso de obsolescencia ha sido una constante a lo largo de la historia, vinculado al envejecimiento y al progreso. Sin embargo, la era tecnológica ha acelerado este fenómeno a un ritmo sin precedentes, afectando tanto a viejos como a jóvenes y plantea un desafío significativo, obligando a todos a actualizarse de manera continua para mantener su atractivo profesional.
El paso inicial es realizar un diagnóstico honesto de habilidades y su relevancia en el contexto de este momento. Este “acto de contrición” permite identificar en qué áreas nos hemos quedado atrás y cuál es el impacto en nuestra carrera.
Para llevar a cabo este diagnóstico, es fundamental seguir un ejercicio estructurado con tres componentes. Primero, la autoevaluación, reflexionando sobre tus competencias actuales y definir con claridad cuáles son tus fortalezas y debilidades. Segundo, la retroalimentación externa, solicitando la opinión de colegas y mentores para obtener una visión objetiva y balanceada de tus habilidades. Por último, el análisis del mercado: investigar las tendencias y demandas de tu industria.
Aunque doloroso, también implica hacer a un lado lo aprendido y aceptar lo inevitable, lo que conlleva a transformaciones que pueden llegar a ser dramáticas. Ninguna actividad escapa a esto, en mayor o menor medida. En el ámbito profesional, esto se traduce en la necesidad de resiliencia, reconociendo que es imposible controlar los cambios tecnológicos y de mercado.
Esta aceptación nos libera de la parálisis del miedo y nos da la oportunidad de enfocarnos en lo que sí podemos manejar. Paso seguido debemos cultivar la adaptabilidad, dispuestos a cambiar de roles o adoptar tecnologías según las demandas del entorno. Finalmente, es crucial mantener una mentalidad de crecimiento, viendo cada reto como una posibilidad de aprender y crecer.
El proceso de actualización incluye varios elementos clave. Primero, la educación continua e inscribirse en cursos, talleres y seminarios que aporten nuevas habilidades y conocimientos. Segundo, hacer networking participando en comunidades profesionales que permitan intercambiar ideas y aprender de otros. Tercero, adoptar las tecnologías y métodos de trabajo; es decir hay que practicar.
La obsolescencia es un proceso natural que, si bien se acelera en la era tecnológica, no debe ser visto como una sentencia. Con un diagnóstico honesto, la resiliencia para adaptarnos y un compromiso con la actualización continua, podemos navegar estos cambios y encontrar nuevas maneras de contribuir y prosperar.
¿Cuál crees que sea tu grado de obsolescencia? Coméntame en redes sociales como LinkedIn, Instagram, o X y sígueme en el podcast “Dinero y Felicidad”, en Spotify, Apple Podcast, entre otros.
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