Donald Trump no tardó nada tras jurar sobre la Biblia como presidente de Estados Unidos para mostrar que su prioridad de política interna es México. En su primer discurso como jefe de la Casa Blanca mostró un cambio radical en el enfoque de su relación con México, que pasó del amago y elevar los costos para negociar con ventaja como lo hizo hace ocho años al iniciar su primer mandato, a plantear de inmediato una serie de acciones radicales y unilaterales sin precedentes. Varias horas después, la presidenta Claudia Sheinbaum, como si el discurso de Trump hubiera sido lo opuesto, dijo que el diálogo, el respeto y la colaboración marcará la relación entre los dos países.
Trump y Sheinbaum hablan en frecuencias muy diferentes. La Presidenta no parece tener prisa para relanzar la relación bilateral, y dijo que ya se encontraría el momento para que los equipos de ambos gobiernos se reúnan pronto para llegar a acuerdos en materia de migración, narcotráfico, contrabando de armas y comercio, pero sin activar ningún resorte para que esa temporalidad deje de ser un acto de fe. El presidente ya relanzó la suya sin importarle lo que diga Sheinbaum. Y no se trata de que le responda con bravuconadas, pero tampoco que su actitud parezca bañada en atole.
México fue la primera piñata de Trump. Declaró una “emergencia nacional” en la frontera con México y anunció el despliegue de soldados y Guardia Nacional para “repeler la desastrosa invasión de nuestro país”, lo que significa, de aplicarse a su cabalidad, la militarización de la frontera que tendrá consecuencias en el tránsito legal de personas y productos. No está claro cómo y cuándo comenzará el desplazamiento militar, ni tampoco cuáles serán los parámetros para que intervengan, pero no son buenas noticias.
Aunque la militarización busca inhibir la migración indocumentada, su presencia no puede desasociarse de la estrategia contra los narcotraficantes, iniciada con órdenes ejecutivas para arrancar el proceso para designar a los cárteles como organizaciones terroristas, al ubicarlas como una amenaza para la seguridad nacional de Estados Unidos y considerando que gobiernos, personas y empresas o instituciones que las respalden estarán violando la ley. En el mismo contexto invocó el Acta de Enemigos Extranjeros de 1798 para deportar arbitrariamente a cualquier no ciudadano considerado “peligroso para la paz y seguridad” del país, con lo que indocumentados mexicanos que hayan cometido delitos serán expulsados.
Los agresivos anuncios de Trump entraron como cuchillo en mantequilla en Palacio Nacional, donde Sheinbaum, que antes había dicho estar en desacuerdo con esas medidas, guardó silencio. En contraste, José Raúl Mulino, presidente de otro país amenazado ayer por Trump, rechazó de “manera integral” las pretensiones del estadounidense para “retomar” el canal de Panamá, y aseguró que es y seguirá siendo panameño.
Sheinbaum ha estado actuando con cautela, pero es preocupante que la prudencia vaya acompañada con una negación, cuando menos a nivel declarativo, de lo que sucedió ayer en Washington, donde se rompieron paradigmas al desaparecer la actitud transaccional que tenía Trump hace ocho años. Por ejemplo, amenazó a México con aranceles si no frenaba la migración, y el presidente Andrés Manuel López Obrador logró apagar ese fuego convirtiendo 27 mil guardias nacionales mexicanos en policías fronterizos, que contenían a los migrantes en el río Suchiate, en lugar del Bravo.
Parte de aquel paquete forzado por Trump fue el programa ‘Quédate en México’, para que aquellos migrantes que pidieran asilo se quedaran en territorio mexicano durante el tiempo que durara su proceso. El programa que cerró la administración Biden se “reinstalaría”, dijo Trump sin platicarlo con Sheinbaum.
La Presidenta señaló, después de sostener una reunión de gabinete para evaluar las acciones de Trump, que rechaza su instauración, lo que es un poco confuso. ¿Rechazar una política pública significa que también impedirá que les entreguen migrantes no mexicanos en la frontera? O Trump, como tenía medido a López Obrador y al secretario de Relaciones Exteriores, Marcelo Ebrard, ¿piensa que será lo mismo con Sheinbaum? En todo caso, la Presidenta no explicó qué hará si Trump empieza a deportar migrantes indocumentados a México. Y como su equipo todavía no tiene contacto con el del estadounidense, arrancarán sin voz y en desventaja.
Sheinbaum ha mostrado mucha confusión sobre lo que son políticas domésticas y aquellas donde México sí está involucrado directamente. La estrategia frente a la posibilidad de redadas masivas que se inscribe en una lucha legal dentro de Estados Unidos contra una política interna es un ejemplo. Ahora se pronunció por mantener la aplicación CBP One, que programaba citas para migrantes que buscaban entrar legalmente a Estados Unidos, y que Trump canceló ayer. Sin embargo, Sheinbaum soslayó el problema de dejar en el limbo a cientos de personas en ocho cruces en la frontera mexicana, que ya no podrán entrar y se quedarán varados en México, aumentando las presiones municipales y las tensiones sociales con mexicanos.
Las primeras reacciones de Sheinbaum a las acciones de Trump inquietan por su recurrencia pasiva y limitada. Su gobierno no puede decirse sorprendido por las acciones emprendidas en su primer día en la Casa Blanca. Lo que asombra es la capacidad de respuesta tan acotada e inamovible durante semanas pese a las reiteradas amenazas, subrayando el señalamiento de que su equipo minimizó el alcance de Trump y lo interpretaron mal, confiando en que era el mismo personaje que llegó al poder hace ocho años.
Su equipo no está a la altura de la circunstancia y tendrá que analizar, con personas fuera de ese círculo –que ha estado tomando decisiones equivocadas que llevarán a los mismos resultados–, si amerita un ajuste. Como punto de partida habría que revisar si las cabezas de las secretarías de Gobernación y Relaciones Exteriores son las mejores en esta nueva realidad, y si la de Economía podrá establecer interlocución con quienes lo desprecian, aunque, antes de revisar esto, la Presidenta tendría que estar completamente convencida de que una sacudida interna la ayudará externamente y que la diplomacia de atole que está llevando a cabo no la conducirá a buen puerto con Trump.
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