Todo el mundo en Groenlandia conoce a alguien muy cercano que se ha suicidado. Un buen amigo, un pariente, un hermano o un vecino. Un padre, una hermana, un compañero de clase o un alumno. Es imposible encontrar —este periodista no la encontró— una sola persona en esta isla congelada a la que el suicidio no le haya robado a alguien en una u otra etapa de su vida. La diputada del socialdemócrata Siumut Doris Jakobsen, de 50 años: “Claro que conozco. De hecho, una de las razones por las que entré en política fue por eso”. La licenciada en Ciencias Sociales Rikke Ostergaard, de 48 años: “Conozco, claro. Como cualquiera. Aquí, naces, vas al colegio, creces, te conviertes en adolescente, te fumas tu primer cigarro, tienes tu primer novio, se te suicida tu amigo, acabas los estudios… Forma parte de la biografía de cada cual”. Poul Pedersen, trabajador social, de 30 años: “Se suicidó mi mejor amiga y mi primo. Y mi mejor amiga se suicidó años después de que se suicidara su hermana pequeña. Cada vez que se suicida alguien aquí, nos preguntamos: ¿y quién será el siguiente?”. Maliina Abelsen, socióloga, de 48 años: “Conozco 10 personas por lo menos”.
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