La reciente condena de Genaro García Luna por parte de las autoridades de los Estados Unidos de Norteamérica no supone un juicio en contra de un solo individuo; se trata de un juicio contra México. El exsecretario de Seguridad Pública ha sido solo la punta del iceberg de una telaraña entre gobiernos, instituciones y una simulación y engaño perpetuado por los poderes que operan, tanto dentro de nuestro país, como al otro lado de la frontera. Ahora, la gran incógnita es: ¿por qué, entonces, no fue juzgado en México?
Resulta increíble que haya sido necesaria la intervención de autoridades judiciales extranjeras a efecto de procesar a quien, durante muchos años, fue el pilar de la estrategia de seguridad nacional en México. Esta es la prueba más contundente de que, en México, nuestras instituciones están quebradas o, peor aún, controladas por quienes garantizan la continuidad de la impunidad. No es la primera vez que una persecución política y mediática se concrete y resuelva fuera de nuestro territorio, por lo que, ante ello, se demuestra la incapacidad de nuestro sistema para afrontar la realidad. ¿Cómo es posible que Estados Unidos, que en su momento premió, reconoció y elogió a García Luna, ahora lo condene?
No se engañen, Estados Unidos se caracteriza por dar dobles discursos. Cuando les conviene, engrandecen a ciertos personajes; pero, cuando el contexto cambia o el beneficio se termina, la narrativa cambia para condenarlos y destruirlos. El héroe se convierte en villano, con base en la “verdad” que impone el vencedor. Por tanto, afirmo, no solo juzgaron a García Luna, sino que, con él, también juzgaron a México.
No obstante, resulta aún más paradójico que el referido proceso judicial fuere impulsado, precisamente, por el propio gobierno federal en México, este encabezado por Morena. Un gobierno que, mientras persigue los errores del pasado, ha permitido el deterioro de nuestra patria en el presente. Un gobierno que cada día cava más hondo en el hoyo del cual han prometido falsamente salir, pues ha permitido la construcción de un “narcoestado”.
Ahora, regresando a los Estados Unidos, es claro que sus narices se han metido en asuntos ajenos en todo el mundo y a lo largo de mucho tiempo; esto no es nuevo. Por lo que resulta un hecho notorio y de conocimiento público, que suelen meterse donde ven oportunidades para beneficiarse. En cualquiera de los casos, siempre han transformado la historia a su favor.
Sin embargo, por lo que hace al asunto del narcotráfico, resulta insultante que se crucifique a México, mientras que, del otro lado de la frontera, el consumo sigue en aumento y las drogas llegan sin problema a Chicago, Nueva York, Los Ángeles y otras grandes ciudades. La pregunta es necesario hacerla: ¿por qué no son juzgados los responsables estadounidenses? ¿Dónde está la justicia para quienes permiten que el narcotráfico siga operando en sus propias calles? La respuesta es evidente: para que haya venta, siempre tiene que haber dos partes.
Mientras México es denunciado y castigado, los norteamericanos mantienen su cara limpia. No se juzga ni se castiga a quienes han facilitado la distribución, quienes permiten que la droga llegue a los más altos niveles de consumo en su sociedad. Esta hipocresía ha sido una característica constante en su relación con México, nos han utilizado como chivo expiatorio, pero sin asumir la parte que les compete respecto de esta tragedia.
Independientemente de ello, la realidad en México es devastadora. Nuestras instituciones están profundamente lastimadas y el Estado de derecho es cada vez más una ilusión. Morena y su monopolización del poder han debilitado gravemente a la Nación.
La administración encabezada por Andrés Manuel López Obrador ha generado y agravado la problemática en la que estamos y hoy vemos cómo la gente pensante en México deposita todas sus esperanzas en un Poder Judicial, que ahora se encuentra cerca de ser destruido, y, peor aún, somos juzgados por nuestros vecinos del norte.
Qué triste y devastador es pensar que, para salir del hoyo, necesitamos la intervención de los norteamericanos. Qué triste es imaginar que México solo podría encontrar la paz y el orden si otro país interviene y entra a poner orden. Esto no es más que la prueba de que el narcotráfico ha superado la capacidad de “control” del gobierno federal mexicano, se les fue de las manos y, aunque lo nieguen, son estos últimos quienes han permitido la consolidación de un “narcoestado”.
El problema ya no es solo del gobierno en turno, sino del futuro de México. Nos encontramos ya en un punto en el que el pueblo pensante mexicano se pregunta: ¿vendrá el próximo presidente de los Estados Unidos a salvarnos? ¿Será capaz de detener esta dictadura disfrazada de democracia populista en la que vivimos? Todas estas grandes preguntas, aunque incómodas, reflejan el sentir de quienes nos sentimos traicionados por las promesas falsas y la muerte reciente de nuestras instituciones.
Con motivo de todo lo anterior, debemos reflexionar con detenimiento sobre las consecuencias de buscar soluciones en la voluntad de otra nación. ¿Qué precio habrá que pagar si dejamos que los norteamericanos intervengan en el rescate de nuestra soberanía y democracia? La historia nos ha enseñado que todo imperio cobra un alto precio por intervenir. Lo que hoy puede parecer una salvación, podría ahora ser la pérdida irremediable de nuestra autonomía e independencia.
Tal y como sucedió con García Luna, que fue juzgado en los Estados Unidos, ¿cómo, ahora, se lavarán los trapos sucios de nuestra Nación en el futuro? No podemos permitir que el resultado de esta problemática dependa de los norteamericanos. Es momento de despertar como mexicanos y exigir soluciones dentro de nuestro país; de lo contrario, estaremos condenados a que, una vez más, sean otros quienes cuenten nuestra historia. Debemos nosotros tomar las riendas de nuestro destino, sin esperar a que vengan a rescatarnos. De lo contrario, nos enfrentamos al peligro de perder lo poco que queda de soberanía en nuestro país.
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