La crisis que se cocina​

Al iniciarse el sexenio de Ernesto Zedillo en diciembre de 1994, la debilidad estaba en un frente externo que voló por los aires: un déficit de cuenta corriente muy elevado, una paridad controlada que era ampliamente percibida como sobrevaluada y un endeudamiento externo de corto plazo (los llamados Tesobonos) que había crecido explosivamente en apenas ocho meses y en forma encubierta. La incertidumbre fue pésimamente manejada, la devaluación ineptamente implementada y el secretario de Hacienda duró en el cargo 29 días. Fue el inicio de una crisis económica brutal.

En los inicios del sexenio de Claudia Sheinbaum los frentes débiles son muchos. No es lo grave de uno, es el acumulado. El déficit presupuestal es explosivo y superará el 6 por ciento del PIB, la cifra más elevada en 35 años. La Presidenta ha respondido que hay recursos en la Tesorería, al parecer con la óptica financiera de un abarrotero: si hay dinero en el cajón, no hay problema. No entiende, aparentemente, que un déficit se financia con deuda. Hasta el momento sigue presentando grandes propuestas para gastar más, como si hubiera heredado las finanzas que dejó Peña Nieto en 2018 y no las de López Obrador el mes pasado. A este escenario se agregan rumores sobre la renuncia del titular de Hacienda, a quien no se le está otorgando el poder que demandó para enderezar las finanzas nacionales.

Finanzas que peligran además por ese elefante (blanco) que se llama Petróleos Mexicanos, muy pronto de nuevo una paraestatal de la que podrá absorberse buena parte de sus pasivos. El detalle es que oficialmente pasarán al balance del Gobierno Federal, quizá llevando a que este pierda el grado de inversión. Esa es la mala; la peor es que Pemex seguirá con la desastrosa estrategia obradorista de buscar eliminar la exportación de crudo (donde se gana dinero) mientras se producen más gasolinas en las refinerías estatales (donde se pierde a carretadas). Una rueda de molino adicional sobre las finanzas públicas.

A lo que se agrega por supuesto la destrucción institucional, otra herencia del tabasqueño que la presidenta está aplicando con el celo más entusiasta posible. Será un espectáculo de larga duración, de años, que servirá para recordar a inversionistas nacionales y extranjeros los nuevos azares de abrir un negocio en el país, muy similares a aquellos del patético espectáculo de la tómbola; el Senado de la República transformado en espacio de sorteos tipo Lotería Nacional con gritón incluido. En las próximas semanas viene la desaparición de organismos autónomos.

A lo que debe sumarse el crimen organizado. La presidenta no suelta el guion tan sobado. La novedad es que no solo culpa a Felipe Calderón, quien tras 12 años de haber dejado el poder sigue siendo evocado por aquellos a quienes derrotó, sino al gobierno de Estados Unidos. Sinaloa estaba muy bien, en la visión presidencial, hasta que sus acciones desataron la guerra que ahora vive. Solo falta que se le ocurra pelearse como lo hace con España, alimentando más la animadversión de la administración con la que habrá de, aparte, renegociar el T-MEC, sea encabezada por Harris o Trump. Sheinbaum puede desplegar soberbia en la política interior, pero es pésima consejera en la exterior.

Mucho es heredado, sin duda, pero no hace nada por corregirlo y mucho por agravarlo. Así la presidenta va cocinando una crisis que puede explotar en sus primeros meses de gobierno. A diferencia de Zedillo, no podrá culpar a su antecesor.

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