Tormentoso​

Muchas personas interpretan lo que ocurre en México como un camino seguro a convertirnos en algo parecido a Venezuela, y viven angustiados. Eso puede ocurrir, pero no parece probable. Existen muchas formas de sistemas autoritarios, que comparten características como las que hoy vemos, y no todas ellas terminan en una situación como la de ese país, o Cuba, que es una amenaza peor.

Lo que hoy tenemos es una fuerza política hegemónica que controla mayorías calificadas en ambas cámaras federales y 26 estados. El proceso de subordinar al Poder Judicial ya ha iniciado, y si no ocurre nada especial, terminará en un par de años, a más tardar, aunque es muy probable que antes de eso la Suprema Corte quede debilitada, con la salida del ministro Luis María Aguilar, dentro de seis semanas. Cuando eso ocurra, habremos regresado a los tiempos del PRI, un retroceso de más o menos treinta años.

Bajo ese sistema vivimos más de medio siglo, así que no es imposible, pero tampoco es agradable. Muchos no lo saben, y otros no lo recuerdan, pero en ese periodo no se podía decir lo que se pensaba, no había información independiente, elecciones confiables, poderes autónomos, derechos humanos, transparencia o rendición de cuentas. Todo era discrecional.

Eso exactamente es lo que ha anunciado Sheinbaum: que no se preocupen los inversionistas, porque con ella podrán hablar; que no se angustien los propietarios a quienes se les vaya a expropiar, porque podrán negociar con un juez. Así como se hacía antes de 1995, pues.

Este sistema autoritario, para funcionar, necesita empresas privadas. Quienes estén interesados, nada más tienen que asociarse con políticos. Es el “capitalismo de compadrazgo” que floreció bajo el PRI, se sintió amenazado con las reformas del Pacto por México, impulsó al anterior presidente, y desde entonces regresaron a su fuente. Por eso sus ganancias crecieron mientras la economía no lo hacía.

En los años setenta, entre empresas públicas, presión sindical y otros instrumentos, el gobierno podía controlar la mitad del PIB. Ahora está muy lejos de ello, pero intentan mejorar su posición. Tendremos nuevamente paraestatales (ambas en quiebra, pero no se fije), trenes de pasajeros, al Infonavit construyendo, farmacias en las sucursales del Banco del Bienestar, aerolínea.

Ese modelo pudo funcionar cuando las economías eran cerradas (antes de 1971) y la población escasa, rural y sin conocimiento del resto del mundo. Era una población que aguantaba bastante. En diez años, todo se vino abajo. Hubo que expulsar población, parte a Estados Unidos, parte al limbo de la informalidad (alimento de la ilegalidad).

Ahora bien, hay una diferencia importante contra aquella época. La fuerza política hegemónica actual no tiene estructura, disciplina, intereses comunes. Es un margallate que sólo se mantiene unido por una persona, que no es la Presidenta. Creo que eso es lo que alimenta la angustia de muchos: la posibilidad de que este nuevo régimen no se consolide como un sistema autoritario “blando”, como lo fue el PRI, sino como una dictadura personal. Con cualquiera de las dos personas que hoy disputan por ello.

No creo que eso pueda saberse todavía. No depende siquiera de lo que esas dos personas quieran hacer. Hay varios procesos en curso: la crisis fiscal, el estancamiento económico, el derrumbe institucional, la pérdida de territorio y el creciente enfrentamiento entre personas que jamás debieron alcanzar puestos muy superiores a sus capacidades, pero no a su ambición. Por un lado, hay una tendencia a la balcanización; por otro, a la crisis social frente al fin de la burbuja de consumo con la que los convencieron de votar “correctamente”.

A eso, además, habrá que sumar un entorno internacional sumamente complicado. No se angustie de más: tocan aguas procelosas. Como Ulises, cera en los oídos y manos al timón.

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