El 12 de octubre de 2024 entrará en el calendario de la ignominia nacional. Justo abajo, creo yo, del 9 de febrero de 1913, día de la traición de Victoriano Huerta, que culminó con el asesinato de Madero, dos semanas después. No es que nos falten fechas en esa lista, en un país plagado de planes, alzamientos, revueltas, traiciones y asesinatos, pero el daño a la República, me parece, es sólo comparable al promovido por el gran traidor.
El menesteroso que preside el Senado gozó con una sesión que a duras penas alcanzó quórum, en la que violaron incluso las reglas que ellos mismos habían propuesto, y escenificaron un grotesco espectáculo atribuyendo al azar la culpabilidad de su miseria. (Aunque dicen que Noroña es culto, y supongo entenderá por qué me refiero así a él, lo dejo claro: por sus evidentes carencias).
La bajeza de despedir centenares de jueces, contraviniendo la ley bajo la que fueron contratados, para cumplir con el capricho del desquiciado y para destruir el último contrapeso institucional, ha sido posible gracias a la sobrerrepresentación inconstitucional que le otorgaron a la coalición oficial un puñado de consejeros en el INE y ratificaron magistrados del tribunal. Los primeros ya han perdido: el Consejo General dejó de ser funcional, y se otorgaron atribuciones extraordinarias a la presidenta del mismo; los segundos, que cambiaron esa ratificación por un mandato extendido, así como los consejeros de la Judicatura, que aplauden la picota a sus colegas esperando cosechar sus lentejas, merecen el desprecio del gremio.
Pero detrás de ello hay millones de mexicanos que dieron la mayoría a esa coalición. No una mayoría calificada, ni mucho menos un mandato de aplicar las reformas anunciadas en febrero, pero abrieron la puerta a los abusos que hemos presenciado desde el 3 de junio. Supongo que pocos entre ellos están atentos a lo que ocurre, y menos lo entienden. La secta no deja de defender las arbitrariedades con la enjundia de los fanáticos que son. También a ellos les costará, pero tal vez ni siquiera así logren comprender.
Como ocurrió durante todo el gobierno anterior, se ignoran los problemas existentes mientras se crean otros nuevos. Aquello para lo que fueron electos, las razones por las que les dieron el voto, no lo atienden. Promueven lo que necesitan para acumular más poder y enfrentar menos obstáculos. El resultado es un país en peores condiciones: en seguridad, en salud, en educación, y, como será claro muy pronto, también en economía.
Pero ya no podrá usted quejarse de ello. La defensa contra los abusos desde el poder, el amparo, es inútil ya en los hechos: para la bochornosa tómbola se ignoraron decenas de ellos. El alud que vendrá ahora será también ignorado, con toda probabilidad. Salvo alguna señal en contrario, muy urgente, el Poder Judicial ha dejado de existir.
Como ya hemos comentado, se trata de un regreso a los años setenta, cuando una sola fuerza política controlaba los tres poderes, las elecciones y la mitad de la economía. Esto último es ahora imposible, pero eso no significa que no lo intenten. El país sobrevivió a esos años, aunque perdimos una década y expulsamos a la mitad de la población, ya sea a la informalidad o a Estados Unidos. Algo parecido nos espera en un futuro, creo que no muy lejano. Pero si no aprendimos entonces, tampoco lo haremos ahora.
La maldición latinoamericana ha detenido ya a los dos países que más esfuerzo hicieron para salir adelante: Chile y México. Un continente incapaz de desarrollarse económicamente, renuente a la democracia, negado a la creación de conocimiento. Todo por seguir atados a un pasado premoderno, hoy tan celebrado. Tampoco será en este siglo, pues.
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