La evidencia y los acontecimientos recientes apuntan hacia el hecho de que Claudia Sheinbaum representa la continuidad del proyecto lopezobradorista. Y sí que le conviene afirmarlo. Lo hizo y le valió 36 millones de votos. Muchos analistas políticos continúan preguntándose si la decisión de sus electores respondió a un apoyo a la candidata de Morena o si se trató de un plebiscito en torno a la figura de AMLO.
Sin embargo, la situación al interior de Morena se antoja asaz más compleja. En primer lugar bien valen los dos siguientes cuestionamientos: ¿Es Morena un partido político en sentido institucional o es un movimiento ideológico cuyas bases están ancladas en la exaltación de la personalidad de un caudillo? Todo apunta –y difícilmente un analista serio se aventuraría a asegurar lo contrario– a que la definición del partido hegemónico se encuentra en el segundo cuestionamiento.
Ahora bien, en un ejercicio especulativo: ¿qué pasaría si la presidente Sheinbaum, legitimada por nada más y nada menos que 36 millones de votos, osara romper simbólicamente con AMLO y establecer su propia agenda de gobierno?
¿Qué ocurriría con los miles de funcionarios electos de Morena cuya lealtad titubea entre la presidente en funciones y el líder espiritual? ¿Perdería la nueva jefa del Estado mexicano los hilos del partido y tendría que enfrentarse a escisiones entre los cuadros más conspicuos del partido?
A la luz de la historia de Morena, y con base en el desarrollo del lopezobradorismo, AMLO continuará ejerciendo un liderazgo sempiterno que le conducirá a tomar decisiones desde el retiro.
Por un lado, como he señalado, cuenta con la lealtad de la mayoría de los miembros del partido (le deben el cargo pues sin la popularidad del presidente no habrían sido electos) y por el otro, la propia biografía del tabasqueño es un indicativo de que los políticos de esa talla difícilmente deciden soltar el poder una vez concluido su período constitucional.
Claudia Sheinbaum, una vez sentada en la silla presidencial, no romperá con AMLO, al menos en los primeros años de su gobierno. La ex jefa de gobierno de la Ciudad de México, conocedora de las entrañas del monstruo político llamado Morena, sabe bien que un distanciamiento con su padre político y líder moral, por pequeño que sea, conllevaría la pérdida de control del partido, y con ello, su derrota anticipada como continuadora del proyecto de la autoproclamada 4T.
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