Una cama incómoda​

Casi inexplicablemente me rondaba desde hace días el fantasma de Guy de Maupassant. La vieja imagen de sus bigotes en ristre como gancho para armadura literaria y su mirada vidriosa: morsa de prosa pura. Recordé que en un inútil taller literario de hace muchos años nos encomendaron comentar el cuento Bola de sebo (Boule de Suif) quizá el relato mejor conocido de Maupassant y no olvido que algún gracioso insinuó que el título podría convertirse en apodo para mi obesa persona, sin leer ni saber que el título se refiere en realidad al apodo que recibe una muy maquillada dama de la vida galante que viaja en diligencia huyendo de la Francia ocupada por prusianos. Ya que de meretriz no tengo ni he tenido ni sombra o rímel, el cuento fue comentado no como posible apodo mío sino como auténtica joya de la concisión y elegancia, la insinuación y revelación perfecta del agridulce sabor de la solidaridad mal agradecida, de la hipocresía y el silencio de los compañeros pasajeros de la diligencia con la prostituta de sebo que —resignadamente samaritana— salva sus vidas al entregar su cuerpo a un oficial prusiano a cambio del salvoconducto de la carreta, sus tripulantes y su diáspora.

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