Las elecciones presidenciales en Estados Unidos serán quizás las más competitivas en la historia reciente del país. Mientras Donald Trump ha consolidado un electorado que no mira sino hacia su líder supremo, Kamala Harris cuenta con el apoyo de los latinos, de los afroamericanos y de los miembros de los movimientos progresistas.
Si bien la candidata demócrata ganará cómodamente el voto popular, pues se espera que lo haga con al menos una diferencia de unos cinco millones de votos, el colegio electoral amenaza con entregarle el triunfo a Trump; y con ello, repetir los dramáticos eventos de 2000 y 2016, elecciones donde George W. Bush y Donald Trump, respectivamente, ganaron la presidencia sin el respaldo del sufragio mayoritario.
Para convertirse en la cuadragésima octava presidente de Estados Unidos, Harris y su campaña están obligados a convencer a los votantes residentes en los suburbios de las ciudades de Filadelfia, Pittsburgh, Atlanta, Milwaukee, Detroit y Phoenix.
En su mayoría se trata de hombres blancos sin grado de educación superior que han sido víctimas de la relocalización de empresas estadounidenses hacia países como México, principalmente derivado de las facilidades otorgadas por el NAFTA y el T-MEC.
Kamala Harris y Tim Walz deberán convencerles, pues., de que su hipotético gobierno conllevaría beneficios, y que entregarían cambios en relación con lo hecho durante la administración Biden.
Sin embargo, y a pesar de las enérgicas campañas de ambas bandos, las encuestas de opinión arrojan empates técnicos entre Harris y Trump en cada uno de los estados columpio. Con diferencias de más o menos 1 punto, resulta imposible vaticinar ni siquiera remotamente los resultados de la elección.
De manera ilustrativa muestro enseguida los resultados de la elección de 2000 en algunos de los estados columpio: Pennsylvania 50 – 48.8%; Wisconsin 49.4 – 48.8%; Michigan 50.6 – 47.8%; Georgia 49.5 – 49.2% y Arizona 49.4 – 40%.
Estos resultados de los últimos comicios, mismos que coinciden con los números arrojados por los sondeos de opinión de 2024, indican diferencias ínfimas en términos de ventajas relativas hacia uno u otro candidato.
En días recientes, Kamala Harris tropezó ante pregunta formulada sobre su idea de haber hecho algo diferente durante la administración Biden. La vicepresidente, notablemente incómoda, declaró que “nada le venía a la cabeza”.
Acto seguido, la campaña de Trump reprodujo el momento con el propósito de atacar a la segunda funcionaria del gobierno de Joe Biden.
En suma, la incertidumbre es absoluta, las encuestas de opinión son incapaces de estimar un ganador y ambos candidatos echan mano de todos sus recursos discursivos para convencer a un puñado de votantes que resultarán decisivos.
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