Como presidente de la Cámara de Diputados, en la LXIV Legislatura, Porfirio Muñoz Ledo se sorprendía del desaseo e incapacidad de sus colegas de la coalición oficialista. Disculpe la palabra, pero transcribo exactamente su frase: “Chinguen a su madre, qué manera de legislar”.
Porfirio falleció hace poco más de un año, no pudo ver el desastre que tienen sus amigos y colegas en esta LXVI Legislatura. No sólo están haciendo reformas que destruyen el funcionamiento del país, sino que aprueban textos incoherentes, contradictorios, mediante procedimientos inaceptables: no hay control en las votaciones, aparecen votos inexistentes, aprueban primero en lo particular y después en lo general, quitan y ponen sin orden, una verdadera farsa.
Esto es producto de la prisa que tienen en acabar con cualquier contrapeso al poder que han acumulado a la mala: con una elección ficticia (no democrática, pues), con el abuso de la sobrerrepresentación, y con el cohecho y amedrentamiento de legisladores pusilánimes. La guía en ese camino se las dejó el desquiciado, y esa es una segunda fuente del desastre legislativo.
Sin embargo, hay que sumar a esas dos causas una tercera: son una horda de incapaces. Desconocen las leyes, no tienen técnica jurídica, no comprenden el fondo constitucional, y muchos ni siquiera leen. Esto último no es extraño, en todas las legislaturas es apenas un puñado el que entiende y discute, mientras los demás siguen la línea del coordinador, pero en la situación actual, el puñado parece no existir, mientras que el resto no puede salir de “es un honor…”.
Este proceso de destrucción alcanza ya dimensiones preocupantes. Por un lado, están a punto de despedir a miles de jueces sin tener cómo reemplazarlos; por otro, han cometido decenas de desacatos a órdenes judiciales. Si siguen como van, en pocas semanas tendremos un problema mayúsculo que impedirá el funcionamiento del Poder Judicial y, con él, de cualquier intento de resolución de conflictos.
Le agregaron a eso el traslado de la Guardia Nacional a la Defensa, y ahora una reforma energética que nos regresa a inicios de los noventa, cuando el gobierno era incapaz de asegurar el abasto de electricidad. Lo mismo hacen con la reforma al INE, que elimina en los hechos al Consejo General y otorga todo el control a la presidenta. Hay otros cambios legales que nos ponen en el camino de la espiral inflación-salarios-depreciación, que también es un regreso de más de tres décadas.
Creo que el grupo en el poder sabe que no lo obtuvo por las buenas, y quiere consolidarlo lo más pronto y de la manera más completa posible. Al intentarlo, sin embargo, está destruyendo su capacidad futura de brindar bienestar (o al menos efectivo), pero también los mecanismos para administrar los conflictos que eso traerá consigo.
Sin oposición fuerte, sin INE independiente, no hay mecanismos políticos; sin Poder Judicial, no hay resolución pacífica de disputas; sin policía civil, les queda sólo la “opción nuclear”. Pero si decidieran usarla, no alcanza para enfrentar al mismo tiempo a criminales y opositores.
En su afán por concentrar el poder político, destruyen las capacidades económicas, anulan la mediación social y se entregan a los grupos criminales. Supongo que no lo ven, pero ésa es la ruta que han tomado.
Se les abre una puerta para evitarlo: negociar de verdad con la SCJN, detener la reforma energética y la de autónomos, reestructurar seguridad. Creo que estos tres actos estarían en el interés de Claudia Sheinbaum, y podrían estarlo en el del grupo en el poder. Es su supervivencia lo que está en juego.
Tiempo de empezar a soltar el lastre, antes de que la nave se hunda.
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