A Elaine Vilar Madruga (La Habana, 35 años) le emociona cada vez que ve desde el avión las playas de Cuba. La autora pasa largos periodos fuera de la isla debido a su trabajo y el regreso a casa es “como un paréntesis”, dice. Ama el retorno, a pesar de que cada vez ve una Cuba que ha cambiado, a una ciudad deteriorada, a unos cubanos tristes, golpeados por una dura crisis económica que lanza a cientos de miles fuera de sus costas. “Veo la tristeza y experimento esa tristeza, pero al llegar estoy rodeada de amor”, afirma la escritora, que tiene en la isla a su familia, incluida su abuela de 85 años y su perra, por la que hizo la promesa de dejar de tomar café cuando el chucho enfermó. Vilar Madruga afirma que se tomaba 12 tazas al día. “Llevo cuatro años limpia”, dice sonriente, como si se hubiera desintoxicado del alcohol o una droga.
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