“China la verdad es que es un socio comercial muy interesante porque ellos no exigen nada”.
Si me pidieran que adivinara quién dijo esto, no me habría venido a la mente Javier Milei, el anarcocapitalista más famoso de Argentina. Pero a los 10 meses de su mandato, el presidente argentino está dando un giro inesperado en sus opiniones sobre el gobierno chino: “Yo me sorprendí muy gratamente con China”, dijo también durante una entrevista televisiva hace unos días.
Es el mismo Milei que no solía andarse con rodeos cuando se trataba del gigante asiático: Cuando le pregunté en Buenos Aires en agosto de 2023 sobre su posible política hacia China, me dijo categóricamente: “Nosotros no hacemos pactos con comunistas”. Prometió restringir las relaciones a meros vínculos comerciales privados.
Como cambia todo en un año. Al principio de su mandato dio marcha atrás en los planes de Argentina de unirse al bloque comercial Brics liderado por China y señaló su firme alineamiento con el gobierno de Estados Unidos (incluida la compra de aviones de combate F-16 de fabricación estadounidense). Ahora Milei está ajustando discretamente su estrategia internacional: al elogiar a China refleja una estrategia más pragmática en la escena mundial sin comprometer su esencia libertaria.
Queda por ver hasta dónde está dispuesto a llegar con este giro. Pero representa, no obstante, una advertencia para Estados Unidos, un potencial paso en falso para Argentina y una lección para todos aquellos preocupados por la naturaleza disruptiva de la política moderna.
¿Qué ha provocado este giro? Es probablemente fruto de su impaciencia ante la falta de inversiones concretas que lleguen a Argentina para apoyar su liberalización económica. Milei ha llevado a cabo la prometida “terapia de choque” para detener la hiperinflación y sanear las finanzas del país.
Sin embargo, el impacto social de este necesario ajuste es considerable y amenaza al presidente. Sus enfrentamientos con el Congreso han mermado su popularidad, y todavía queda un año para las elecciones de mitad de mandato que podrían proporcionarle un apoyo legislativo más sólido.
En ese sentido, el repentino acercamiento a China debe entenderse como la consecuencia de la fragilidad financiera y política de Argentina. Milei no es el primer político, ni será el último, que reniega de sus promesas electorales cuando se enfrenta a la implacable realpolitik. Resulta tranquilizador que no sea tan dogmático como quiere hacernos creer y que su absolutismo ideológico conozca las restricciones políticas prácticas.
Pero para Washington, que China logre tentar a uno de los presidentes más pro-Estados Unidos del mundo es la prueba definitiva de que su estrategia para la región está equivocada. Como han descubierto otros líderes latinoamericanos, Estados Unidos es mejor declarando sus “no-no” que construyendo asociaciones fructíferas que se traduzcan en empleos reales, préstamos y progreso económico.
La larga lista de procesos burocráticos y aprobaciones del gobierno estadounidense para cualquier iniciativa bilateral es insoportable para aquellos políticos que buscan contentar a votantes que exigen resultados rápidos. No es de extrañar la admiración de Milei por la agilidad para tomar decisiones de China: Una parte de una línea de canje de 18 mil millones de dólares existente entre Pekín y Buenos Aires se desbloqueó un día después de reunirse con el embajador del país asiático, según reveló también Milei: “Lo único que piden es que no los molesten”.
Estados Unidos debería prestar atención a estas advertencias porque explican bien por qué Pekín puede hacer rápidos avances estratégicos en América Latina mientras Washington parece a veces paralizado.
Por otro lado, Milei enfrenta claros riesgos con este cambio de planes: acercarse a China al mismo tiempo que apoya a Donald Trump en las elecciones de Estados Unidos y pelearse con el personal del Fondo Monetario Internacional (el principal acreedor de Argentina) mientras busca su apoyo financiero es una estrategia que, al menos para los socios de Argentina, se debe ver errática e impredecible.
Milei no tiene necesariamente que elegir un bando. Pero, al igual que sus predecesores y otros líderes mundiales, deberá equilibrar las demandas contrapuestas de China y Estados Unidos. Eso requiere habilidades especiales y modales delicados. Haría bien en limitar sus interacciones con China a las inversiones, el comercio y las finanzas, dejando de lado por ahora los aspectos de seguridad que preocupan a Washington.
Y también es una señal de esperanza para los analistas políticos: en una época de alta polarización y encarnizadas batallas ideológicas, las volteretas de Milei son un recordatorio de que no debemos tomarnos tan al pie de la letra a los vociferantes outsiders que convulsionan elecciones alrededor del mundo; más que manifestaciones de pureza ideológica, son maniobras electorales para ganarse la atención de los votantes.
Prometer un paraíso libertario sin intervención estatal, con impuestos mínimos y sin intermediación comercial puede sonar atractivo en las campañas y los discursos, pero no es la realidad cotidiana que enfrentan los gobiernos presionados para obtener resultados concretos para su pueblo.
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