Personas interesadas​

Presidente de Coparmex CDMX.

Octubre es el mes de la educación financiera, y a propósito me gustaría abordar uno de los conceptos más simples y, a la vez, escabrosos de las finanzas: el interés. Pides un préstamo, te cobran un monto extra y listo, todos felices: tú logras financiarte y aquel podrá seguir en el negocio. Sin embargo, también hay préstamos que se vuelven impagables y que generan más problemas de los que resuelven. Esta constante, tan antigua como el dinero, ha impulsado un debate moral sobre si los préstamos con interés benefician o perjudican a la sociedad.

Hoy entendemos la usura como el enriquecimiento a través de préstamos abusivos, pero en la Europa medieval, cualquier cobro de interés, por mínimo que fuese, era pecado. De acuerdo con la doctrina de aquella época, cobrarle intereses a otro cristiano era una falta grave. Razonaban que Dios, al expulsar a la primera pareja del paraíso, fue claro en decir que ahora se mantendrían con el sudor de sus frentes, y ganar dinero desvinculado de las actividades productivas era una afrenta al Señor. Tan grande era el desprestigio –y la demanda– por los prestamistas que Dante, en la Divina Comedia, los arroja al séptimo círculo del infierno, aun cuando su propio padre se dedicó a la usura.

El interés era la clave para financiar el desarrollo de la modernidad, pero la rigidez del sistema era tal que a menudo se caía en contradicciones e injusticias. Fue inevitable cambiar de paradigma, diseñar un modelo que encauzara los contratos financieros al beneficio de más personas. Uno de los primeros esfuerzos fue la creación de los Montes de Piedad. Con tasas y condiciones caritativas, los Montes ayudaron a muchas personas para hacerse de un patrimonio y superar las adversidades del día a día sin tener que endeudarse a perpetuidad. Fundados en Perugia, Italia, en 1462, hacia 1515 existían 120 de ellos, y para 1650 se contaban quinientos. En México, el Nacional Monte de Piedad abrió en 1775 y sigue operando. Y es que los intereses están naturalmente motivados por sus beneficios, habiendo un límite en lo que uno puede prever y producir: sólo mediante la cooperación podemos aspirar a más. El interés social es la inclinación al bien público, el deseo de avanzar todos juntos hacia un mejor futuro. Los Montes nacieron durante una época de esplendor económico, de innovación y descubrimiento, y prosperaron a la par de la civilización. Aunque no es posible sostener las instituciones financieras contemporáneas en la caridad, sí podemos observar que la productividad puede ir de la mano de la generosidad y del bien común.

Las religiones abrahámicas establecieron regulaciones en torno al cobro de intereses, lo que ha moldeado la historia de las instituciones financieras y dirigido el comportamiento de la humanidad durante siglos. La justificación de aquellas medidas fue el mantenimiento de la sociedad y, aunque cada una de las doctrinas siguió caminos distintos, han encontrado la manera de negociar y convivir pacíficamente desde entonces. Las finanzas pueden volverse un medio para lograr la paz, porque hay pocos bienes como el dinero, que cumple y dirige los deseos de las personas de manera estable y administrada. La circulación del dinero es un canal para la resolución de los conflictos: mientras fluya tendremos una puerta abierta al diálogo. Me adentraré en esta reflexión en la próxima columna, ¡hasta pronto!

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