Un domingo cualquiera el sponsor y yo buscábamos un lugar rico en donde comer en CDMX y fuimos a dar a Comedor Jacinta, en Polanquito, el corazón de Polanco; este comedero de barrio me suena a que fue una indulgencia que el Chef Edgar Núñez se dio para recordar los sabores de su infancia.
Está montado con todas las de la ley de una fonda pero nice: con papel picado, mesas cubiertas con manteles de plástico floreado y un vitrolero con agua fresca de moras y manzana en lugar de las clásicas de jamaica, horchata o limón, misma que te sirven de cortesía en cuanto te sientas.La amplitud de la carta acoge cerca de 60 platillos que van desde los de leña y humo, mar, primeros y segundos platos y hasta una extensa botanería, pasando por los molcajetes y terminando con comida para llevar.
En realidad, tantas opciones reflejan el adusto carácter del chef Núñez, quién recientemente recibió una estrella Michelin por su restaurante Sud 777 y, de paso, Comedor Jacinta también se encuentra entre las recomendaciones de esta guía como Bib Gourmand. Aquí las espumas, los humos o los montajes minimalistas de los platillos no existen.
A lo que te truje chenchaPero entremos en materia que el hambre arrecia. Para empezar, ordenamos al centro el callo de hacha con habanero, un clásico aguachile con pepino y cebolla morada en el que el exceso de limón estaba presente, el callo eran unas tiras indefinidas lo que le daba una presentación muy X.
También compartimos un chile pasilla con tamal de elote dulce y crema ácida con queso Cotija, montado sobre una salsa de jitomate y coronado con brotes de cilantro. Este plato de sabores bien balanceados entre lo dulce, picante, ácido y salado nos gustó bastante.
Para seguir con las entradas pedimos un molcajete de guacamole con mollejas fritas, esta porción de carne muchas veces incomprendida por ser clasificada como víscera estaba doradita y de buena consistencia.
Aunque debo mencionar que, al venir servida sobre el guacamole, el que a su vez estaba sumergido dentro de una salsa verde cruda de acidez profusa le restó autenticidad a cada uno de los ingredientes una vez combinados en un espléndido taco de tortilla hecha a mano.
Para culminar nuestra comida dominical, me permití pedir un mole almendrado de Milpa Alta que cubría en forma abundante una pierna con muslo, que me pareció simplemente delicioso, además venía acompañado con una abundante ración de arroz a la mexicana.
Mientras que el sponsor optó por una cecina enchilada en forma casera, que a su parecer estaba un poco dura, eso sí,con exceso de guarniciones ya que traía un sope, arroz, frijoles y queso fresco, hasta el mesero le dijo, “este es un plato muy completo”.
Pienso que con unos 400 o 500 pesos una persona podría comer muy bien aquí, pero la situación cambia radicalmente si se trata de las bebidas alcohólicas, cuyos precios son de un restaurante de lujo y además tienen marcas premium.
Digamos que una copa de tequila Clase Azul o Casa Dragones puede duplicar el precio de toda la comida. La ecléctica clientela de Jacinta va desde vecinos de Polanco que juegan de locales, pasando por uno que otro hípster, los güeritos extranjeros, la pareja de la tercera edad que ese domingo no fue convocada por los hijos, los solitarios que van con su perro y hasta un glotón fisgón en busca de nuevas opciones para comer bien.
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