Exgobernador de Chiapas
Nadie nos ha regalado nada. Lo que somos las y los mexicanos es producto del trabajo y sacrificio colectivos en un recorrido azaroso e incierto. El costo ha sido enorme: somos sobrevivientes de hecatombes provocadas por la ambición de las hegemonías imperiales. Durante el tráfago hemos sufrido guerras intestinas e intervenciones extranjeras. Al final, la República restaurada y la democracia como sistema político.
Por muchas décadas pusimos en marcha una forma sui géneris de gobernar y hacer política. El partido único sustituyó al caudillo creando instituciones que nos dieron estabilidad política y crecimiento económico y evitaron golpes de Estado y dictaduras como los ocurridos en Latinoamérica. Los símbolos del poder del nacionalismo revolucionario, el tapado y el péndulo, le acomodaron bien a la idiosincrasia de los mexicanos.
Los tiempos cambiaron y dimos la bienvenida al ejercicio democrático. Construimos en paz la transición democrática y la alternancia del poder. Un indiscutible avance de la sociedad mexicana. Al partido único que gobernó más de 70 años le dimos la despedida. Inauguramos una nueva época de contiendas democráticas.
Con la llegada de López Obrador echaron al cesto de la basura el neoliberalismo, hijo de la globalización, y observamos la asunción del populismo social, pariente muy cercano del populismo priista de los años 70.
Los recientes resultados electorales favorecieron a Morena por amplio margen. Las y los mexicanos expresaron su voluntad y mandato en las urnas. No hay litigio. Así es la democracia. Sin embargo, tenemos que reconocer que nos hace falta mucho por andar para consolidar nuestro sistema democrático. Necesitamos alcanzar una mayor cultura de responsabilidad democrática. Lo vulnerable de nuestro sistema está en el México invisible: 40 millones no acudieron a las urnas, no les interesa el destino de su país, les vale un bledo los asuntos de la gobernanza.
La otra rémora es el desprestigio de los partidos políticos. Se han convertido en un problema y no en solución. Urge una reforma política. Estos años deben ser de intenso trabajo en busca de nuevos derroteros políticos. Es tarea y responsabilidad de la nueva administración.
La oposición aturdida no se repone del chubasco político. Algo nuevo está pasando en el comportamiento social. Lo sorprendente es que no solo los beneficiados con los programas sociales votaron a favor de la 4T, sino también las clases medias y medias-altas. Estamos ante una nueva composición sociopolítica del mexicano. La gran mayoría no está descontenta. A pesar de la polarización política y los problemas en seguridad, salud y educación su ánimo no es de protesta, no hay zozobra ni sobresalto.
Los tiempos por venir no son de fronda. Cualquiera que sea el resultado de las elecciones en Estados Unidos tendrá fuertes repercusiones en nuestra relación bilateral. Es cuestión de matiz e intensidad. Narcotráfico, migración, revisión del TMEC, frontera sur y China serán yesca y petróleo en tierra seca.
Ante estas circunstancias internas y externas, la nueva presidenta de México debe convocar, el primero de octubre, a las y los mexicanos a un acuerdo nacional de unidad para la defensa de los valores fundamentales de la República: democracia, división de poderes, federalismo y soberanía.
Con esta proclama política, establecería su liderazgo y daría certeza a su ejercicio del poder.
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